sábado, 8 febrero, 2025

Un presidente de hace 124 años y ‘El juego de la gallina’: la fórmula de Donald Trump para tomar decisiones en economía

Donald Trump se rodea de empresarios a la vanguardia del desarrollo tecnológico y avance de descubrimientos que cambiarán la vida de las personas, por ejemplo, de la mano de la inteligencia artificial. Sin embargo, a la hora de presentar su plan, se compara con el de un presidente de EE.UU. de… 1897-1901: William McKinley.

“Hizo muy rico a nuestro país mediante aranceles y talento”, dijo semanas atrás en su discurso inaugural. A los pocos días, en el Foro Económico Mundial de Davos, Trump explicó su concepto sobre las tarifas, que esta semana puso arriba de la mesa para los casos de México, Canadá y China: “Mi mensaje a todas las empresas del mundo es muy simple: vengan a fabricar su producto en Estados Unidos y les daremos uno de los impuestos más bajos de cualquier nación del mundo. Pero si no fabrican su producto en EE.UU., entonces, muy simplemente, tendrán que pagar un arancel, lo que dirigirá cientos de miles de millones de dólares e incluso billones de dólares a nuestro Tesoro para fortalecer nuestra economía y pagar la deuda”.

Así dicho, el concepto de Trump sobre las tarifas quizá merece analizarse dentro de cómo es el proceso de toma de decisiones de un presidente y su equipo económico a través de dos instancias. Veamos.

Primero, el presidente estadounidense piensa que esos impuestos pueden ser fuente de recursos para la recaudación tributaria.

Segundo, Trump piensa que la amenaza de implantar tarifas a otros países eventualmente los persuadirá a mostrarse alineados con los intereses de Estados Unidos.

Un ejemplo de esto último fue lo que sucedió en la semana cuando anunció que originalmente impondría tarifas de 25% a los productos que ingresan a suelo estadounidense provenientes de Canadá y México y, a las pocas horas, la medida se pospuso por 30 días: el primer ministro Justin Trudeau anunció que destinaría US$1.300 millones a cuidar las fronteras y frenar el ingreso de narcóticos (fentanilo) y Claudia Sheinbaum movilizó a 10.000 miembros de su gendarmería también en el límite de los países.

Hasta ahí, punto para Trump.

El problema se complejiza cuando se nota que para que este esquema sea exitoso, uno de los dos requisitos queda automáticamente excluido cuando el otro se cumple: se logra más recaudación o más dominación, pero no ambos a la vez.

Además surgen otros inconvenientes: la amenaza (de instaurar tarifas) se hará efectiva si los otros países creen que Trump tomará esa medida no como algo transitorio sino como una fuente permanente de recursos y que la economía estadounidense se vuelva capaz de producir paltas, gas, autopartes y chips, por decir algunos ejemplos de los productos que importa de Canadá, México y China (las tarifas a China no han sido suspendidas y siguen vigentes). Ni hablar del mercado laboral, donde ahí aparecen interrogantes como, por ejemplo, si los votantes de Trump están dispuestos a hacer el trabajo de los hispanos en el campo o baños, o si simplemente se quedarán sentados de brazos cruzados esperando puestos de empleo de calidad.

La teoría dice que Trump cambió de juego: el del dilema del prisionero por el del gallina.

En el primero los políticos apuestan a la cooperación porque saben que sin ayuda de uno y otro se quedarán sin nada. Así llegan al mejor resultado subóptimo.

En el segundo digamos que se paran dos autos de frente y empiezan a acelerar a punto de coalicionar uno con el otro. Pierde el que primero se desvía, el que por temor a un choque queda eliminado pero quizá salva la vida.

Trump se encuentra en ese juego. La idea es que uno de los dos convenza al otro que está tan loco que arriesgará todo con tal de ganar y el otro entonces recapacita, da marcha atrás.

En este último juego no hay cooperación y solo se vale de transmitir esa posición férrea, dura. Fue lo que hizo Trump con Canadá y México, disciplinar al resto no por un acuerdo sino por su reputación de que es capaz de acelerar el auto y chocar de frente.

En la semana, varios artículos en medios estadounidenses explicaron por qué el ejemplo de McKinley puede no servirle a Trump. En 1900, el peso del gasto público era 3% del PBI y hoy es 23%. Y las tarifas equivalían a casi el 50% de la recaudación y hoy en día solo 1,9%.

Otro motivo es que el propio McKinley fue cambiando de idea. El Congreso, antes de asumir, había aprobado un aumento de las tarifas que en todo caso le dieron margen para negociar acuerdos con socios comerciales y bajarlas 20% si esos países hacían lo mismo con los productos estadounidenses. McKinley así designó al primer funcionario estadounidense que negoció con Francia, Gran Bretaña y… la Argentina. “La causa no son las tarifas sino nuestra capacidad de producir más”, dijo antes de ser asesinado.

En Economía las ideas importan pero también entender el proceso de toma de decisiones.

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