Rodete tirante y peinado con gel o un recogido que deja caer algunos mechones de forma casi natural. A veces la piel perfecta, sin ojeras, manchas ni defectos; otras con un maquillaje que pasa casi desapercibido o con varios kilos de productos que incluyen labial rojo y rubor. Comida casera, pan orgánico y una alimentación completamente natural. Mansiones en el campo; crianza y educación en casa. Mujeres perfectas con zapatos perfectos y vestidos perfectos, en cocinas perfectas, amplias y luminosas y con rutinas tan perfectamente cronometradas que parecen no tener momento libre para el ocio. Maridos perfectos de traje perfecto y corbata perfecta que trabajan todo el día y vuelven a un hogar perfecto en donde su familia perfecta los espera para comer.
Las “tradwife” -del inglés “traditional wife” (esposa tradicional)- son parte de un fenómeno mundial: mujeres que abrazan el concepto de ser ama de casa, crían a sus hijos en sus lujosas casas o en la misma granja fastuosa en la que cultivan todo lo que comen y muestran un estilo de vida que rechaza lo impuesto por el concepto de “girlboss”, es decir, ser una profesional líder, con un trabajo exitoso y que toma las riendas de su carrera y vida.
Estos personajes que tomaron impulso en las redes en el último tiempo se dedican a subir contenido a sus cuentas de Instagram y TikTok en los que muestran el paso a paso de las recetas que preparan para sus familias, o bien decoraciones y manualidades para adornar sus casas y todo acompañado de un relato en voz baja y pausada. En sus fotos y videos suelen mostrarse ellas solas o con sus hijos, y en algunas ocasiones sus esposos hacen una aparición estelar.
Si las tradwife son “amas de casa 2.0″, ¿eso convierte automáticamente a todas las amas de casa en tradwife?. “Amas de casa hay desde hace mucho tiempo en las sociedades occidentales y, al día de hoy, las más ‘tradicionales’ serían las abuelas, por una cuestión generacional”, reflexiona la socióloga Ana Clara Benavente y diferencia: “Pero las tradwife son otra cosa: mujeres muy jóvenes, influencers, que lo que hacen es mostrar la puesta en escena de una vida hogareña e idílica que, en realidad, no existe como tal. Independientemente de si lo que muestran es real o no, no existe ese mundo al estilo de ‘La familia Ingalls’ como lo exponen”.
“Lo importante ahí no es la ‘realidad’, sino ofrecer un modelo y venderlo. Si eso se consume en redes es porque, precisamente, está en crisis el modelo de mujer independiente que no logró deshacerse de sus responsabilidades reproductivas y a la que la independencia económica llevó a que tenga doble tarea diaria: hacerse cargo de las tareas y además ser una profesional”, reflexiona la especialista en feminismo y roles de género y suma: “Ellas se posicionan en la vereda opuesta al feminismo al mostrar las supuestas ventajas que tiene una vida en donde no es necesario trabajar por fuera del hogar y si te casás con un marido rico podés gozar de todos esos privilegios”.
Pese a que, por definición, las tradwife consagran sus días a la familia y al hogar, su estilo de vida -o más bien, el que muestran- dista mucho del que puede encontrarse en la casa de una familia de clase media. Las protagonistas de este fenómeno convirtieron actividades mundanas como cocinar una torta o hacer una salsa en una serie de contenidos estéticos y visualmente pensados con el único objetivo de atraer visualizaciones, likes y comentarios y así monetizarse en las redes. “Es el típico modelo de mujer blanca tradicional que no es pobre (porque nadie quisiera vivir y tener un modelo en la pobreza), que tiene toda una puesta en escena con una casa divina”, remarca.
Aunque por un lado promueven la vida austera y sin salir a trabajar, lo que hacen en realidad también es vender una forma de vida y generar ganancias con eso. ¿Cómo convive una existencia alejada de la tecnología con el esfuerzo que conllevan los videos que las posicionaron? ¿Se puede ser una esposa “tradicional” y aún así ser influencer y reconocida por tu propio contenido?. “Pueden coincidir perfectamente porque el fenómeno, por sobre todas las cosas, lo que busca es vender un modelo, una fantasía, una puesta en escena que sea deseable”, responde Benavente.
Esta corriente cuenta con varias referentes: la sudafricana Nara Smith (acumula más de 4 millones de seguidores en Instagram), y las estadounidenses Emily Mariko (1,9 millones), Estee Williams (117 mil seguidores) y Aria Lewis (137 mil) son algunas de ellas. La más reconocida es Hannah Neeleman -o “Ballerina Farm”, como se apoda en las redes, en donde tiene casi 20 millones de seguidores entre Instagram y TikTok-, que muestra su día a día junto a su esposo y sus ocho hijos en una opulenta granja de 132 hectáreas en las montañas de Utah, Estados Unidos.
“Quiero ser como vos”, “La mujer que todo hombre quisiera tener” o “¿Dónde hay más así?” son algunos de los comentarios que se pueden leer en los videos de Neeleman. En uno de los más vistos, con un vestido y un delantal y música clásica de fondo, muestra el paso a paso de cómo cocinar una lasaña. Primero prepara el suero que más tarde se convertirá en queso; luego, con un brazo amasa la mezcla de harina y huevo mientras que con el otro carga a su bebé de ocho meses. Tras picar y asar la carne con otro de los niños ubicado en una sillita a su lado, entra en escena una lujosa máquina con la que alisa la preparación que luego colocará en forma de capas junto con el relleno. Como cierre del video, sirve una pequeña porción en un plato de porcelana destinado para su esposo, que llega justo para probarlo.
A pesar de su apariencia pública de ama de casa tradicional a tiempo completo, Neeleman dirige una importante empresa de carne vacuna y de cerdo con su esposo. A esto se le suma que convirtió su propio nombre en un negocio: el sitio web de Ballerina Farm ofrece desde velas de cera de soja (con valores que parten de los 20 dólares) hasta proteína y productos de panadería (30 croissants por casi 150 dólares), pasando por delantales, manteles y herramientas de jardinería (desde 20 hasta 200 dólares), todo realizado en su propia granja y bajo su supervisión. Si tenemos en cuenta la cantidad de seguidores que tiene actualmente en TikTok, con que cada uno de ellos le compre el producto más económico de su negocio (un jabón natural para manos y cuerpo de 9,50 dólares), la influencer ganaría -aproximadamente- más de 90 millones de dólares.
“Primero pensé que era un fenómeno de redes, pero después me hizo prestar atención. Vi que había otras identidades que emergieron con la misma narrativa, que es casi bizarra: ‘Tengo 10 hijos, los educo en casa, cocino el pan, mantengo limpia la casa sin ayuda’… Es muy interesante porque esa vida que plantean es imposible de realizar”, considera Mónica Navarro, psicóloga especializada en género y envejecimiento femenino.
Con tareas y roles bien establecidos para ambos géneros, el cambio que representa el fenómeno tradwife simboliza la vuelta a algunas costumbres propias de la época. Neeleman le dio una entrevista exclusiva al diario The Times y reveló que cuando era joven su sueño era dedicarse a ser bailarina profesional y vivir en Nueva York. “Sabía que cuando empezara a tener hijos mi vida empezaría a ser diferente”, explicó.
Megan Agnew es periodista del diario británico. En julio de 2024 viajó hasta el hogar de la familia Neeleman en Salt Lake City, Utah (capital mormona por excelencia), para adentrarse en la cotidianidad de la influencer. Señaló, entre otras cosas, que fue muy difícil poder hablar con la mujer sin que su esposo -el multimillonario Daniel Neeleman, heredero del fundador de la aerolínea JetBlue- o sus hijos la interrumpieran e incluso respondieran por ella algunas de las preguntas.
“Esto no es algo específico de la Argentina ni de Estados Unidos; es el mundo el que atraviesa una ola neoconservadora que aparece desde distintas aristas. En la política, por ejemplo, se puede ver con el surgimiento de las nuevas derechas. Yo creo que es un síntoma de época”, analiza Benavente y subraya: “Por otro lado, es cierto y queda a la vista que el arquetipo de mujer libre e independiente tiene sus problemas. El modelo en el que nos apoyamos todos estos años también tiene sus falencias y cosas que en este momento están haciendo ruido”.
Así, la socióloga expresa que estos nuevos personajes de las redes traen consigo una “denuncia implícita” sobre lo que representaron los mandatos para la mujer en el último siglo. Según indica, al mismo tiempo que las mujeres se adentraron en el mundo laboral se abrió un “abanico de exigencias” que incluye trabajar, criar a los hijos, mantener la casa limpia y cocinar, entre otras tareas domésticas. La mayoría de los modelos de tradwife están representados por mujeres de menos de 40 años, y esto, dice Benavente, no es un hecho menor, ya que los jóvenes siempre tienden a ser “rebeldes hacia lo instituido y a lo políticamente correcto”.
“Sus figuras están exageradas porque las redes hacen eso, muestran modelos que son absurdos pero que dejan algo: la imagen, algún mensaje oculto o el hecho de que estemos hablando de eso. Este fenómeno ocurre en el contexto de un momento político internacional en donde hay una tendencia engañosa a decir que hay que volver a las fuentes tradicionales”, coincide Navarro.
Alimentada por el hecho de que muchas de las influencers que promueven este estilo de vida forman parte de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días -popularmente conocidos como “mormones”- o de otras ramas fundamentalistas del cristianismo, se instaló la creencia de que detrás de este fenómeno hay una especie de “propaganda religiosa”.
“El aumento de este tipo de contenidos no es algo que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días esté patrocinando u orquestando directamente, pero sí pone énfasis en una vida familiar y doméstica que, sin duda, surge de un contexto cultural que la Iglesia contribuyó mucho a moldear”, explica a LA NACION David Holland, profesor de Historia de la Iglesia de Nueva Inglaterra en la Facultad de Teología de Harvard y autor de la introducción teológica al Libro de Mormón.
“Nuestro objetivo no es impostar un estilo de vida”, aclara por su parte el élder (título que se le da a las autoridades generales de la iglesia) Alfredo Salas al respecto del supuesto mandato detrás del fenómeno de las tradwife. El también encargado de prensa de la iglesia en la Argentina señala que esa es la forma en la que transitan su día a día. “Nosotros hacemos mucho énfasis en la educación, en la salud, en el cuidado en la familia; y las redes sociales son un gran instrumento para llevar esos mensajes a la audiencia”, manifiesta y remarca: “Hemos visto muchas veces una especie de burla a los mormones, pero esto es lo que proponemos y lo que nos hace felices. No creemos en la necesidad de imponérselo a nadie y respetamos a los que escogen otro estilo de vida, pero tenemos mucha alegría de contar y de transmitir a otros nuestra experiencia”.
La iglesia mormona -fundada en 1830 por el americano Joseph Smith- tiene una serie de principios que la rige y que incluye un estricto código de vestimenta para asistir al templo, no fumar ni consumir drogas, alcohol, té o café (nada que altere al sistema nervioso) y mantener la castidad hasta el matrimonio, entre otros. No veneran a las imágenes religiosas -como las estatuas o estampitas de Dios y de Jesucristo-; tampoco reconocen como “hacedores de milagros” a otros personajes de la historia de la iglesia; y no se casan “hasta que la muerte los separe” sino “para toda la eternidad”, porque creen que los vínculos familiares perduran después de la muerte.
Desde la iglesia proclaman que el lugar que ocupan las mujeres dentro de su comunidad lejos está de ser degradatorio o machista. Salas cuenta que los puestos más altos del Consejo Directivo de la Iglesia están ocupados tanto por hombres como por mujeres y no duda en certificar que si se le pregunta a un promedio de 100 mujeres dentro de la Iglesia, más del 90% asegurarían que están “muy felices y satisfechas” con su lugar dentro de la comunidad.
Silvia Rodríguez y Jorgelina Benavidez, quienes trabajan dentro de la congregación de Belgrano, coinciden en esto. “Hay mucho liderazgo de las mujeres dentro de la iglesia”, expresa Rodríguez y marca: “Me siento muy agradecida de pertenecer a una organización como es la iglesia, en donde se nos da un lugar muy importante y respetado”.
“Cuando yo escuchaba la lucha por los derechos de la mujer que había afuera me sentía una agradecida por formar parte desde chica de grupos en los que no tengo que pelear por tener un lugar. Nuestro trabajo está a la par con los varones, porque creemos que todos somos iguales ante la vista de Dios. En ese sentido, la iglesia está muy adelantada”, adhiere Benavidez.
El avance del fenómeno tradwife -advierten las expertas- merece prestar atención ante lo que puede representar la reivindicación de un comportamiento que pone en jaque gran parte de lo que las nuevas generaciones habían logrado soltar como obligación. “En un mundo que exige que las mujeres sean delgadas, lindas y trabajadoras, pero que al mismo tiempo formen una familia y mantengan un papel protagónico en ella, es lógico que una se pregunte: ‘¿En qué me beneficia a mí ser una persona independiente, si a fin de cuentas también me tengo que ocupar de mi casa, quedar a cargo de los niños, de los abuelos y del cuidado y la limpieza?’”, reflexiona Benavente.
En agosto de 2024, Ballerina Farm publicó un descargo ante el artículo en el que -según sus palabras- fue retratada como “oprimida” por su esposo. Mientras muestra cómo se levanta por la mañana, se cepilla el pelo y se hace una rutina de cuidado facial que incluye contorno de ojos y humectante labial, dice: “No podría estar más lejos de la verdad. Para Daniel y para mí, nuestra prioridad en la vida es Dios y la familia. Todo lo demás pasa a segundo plano. Juntos construimos un negocio desde cero, trajimos ocho hijos a este mundo y priorizamos nuestro matrimonio a lo largo del camino”.
Luego de desayunar un café filtrado y varios suplementos nutricionales, camina hasta el gimnasio ubicado en uno de los graneros dentro del predio. Entre pesas, máquinas y sentadillas, su esposo y ella hacen ejercicio mientras los niños corren y juegan a su alrededor. Cuando termina, con un brazo carga al bebé y con el otro maneja el tractor con el que recoge en un balde de pintura las docenas de huevos con los que más tarde preparará el desayuno familiar. Y -con su largo pelo rubio, lacio y brillante, su cutis pulido e impoluto y uno de sus hijos acostado a su lado, asegura: “Estoy haciendo lo que más amo: ser madre, esposa, empresaria, agricultora, amante de Jesús y la que prepara comidas desde cero”.
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