Detrás del inmenso ruido que significó la no aprobación de la Ley Omnibus yace un desafío macroeconómico de magnitud. Por ahora está tapado, pero en las próximas semanas entrará en escena. Se trata de la política cambiaria dado que se acerca el momento en que el Banco Central tenga que tomar una decisión sobre cómo seguir. Ninguna de las alternativas es fácil, todas tienen costos y no hay un deber ser obvio. Los argumentos de cada una de las posibles alternativas son atendibles.
Cuando se habla de tipo de cambio, siempre hay que pensar en tipo de cambio real, es decir el tipo de cambio ajustado por la inflación argentina y la del resto del mundo o de los principales socios comerciales. Con la proyección de inflación de febrero de alrededor de 15-17% vemos que ese tipo de cambio real llegará a fin de este mes aproximadamente al mismo nivel del promedio de agosto pasado. Esto es un valor más alto que el final del gobierno de Alberto, pero más bajo que el promedio histórico, lo que evidencia que no será sencillo seguir con una depreciación del 2% mensual con inflación mucho más alta como la que se espera para marzo y abril.
Hay algunos argumentos interesantes. Por ejemplo, están los que dicen que comparar el nivel de agosto con el de febrero no es correcto porque las economías son distintas. Este argumento tiene mérito ya que al menos en intención este gobierno está resuelto a eliminar el déficit fiscal y a introducir reformas que aumenten la productividad de largo plazo de la economía. Según este argumento, la economía se banca un tipo de cambio más bajo.
La crítica a este argumento es que los shocks positivos de productividad tardan en ocurrir (si es que ocurren). Ya se vio durante el gobierno de Macri en el que el tipo de cambio se apreció, pero las ganancias de productividad no fueron tan grandes. Hay que celebrar que no haya más SIRAs y se haya derogado la Ley de Alquileres. Pero tenemos las mismas leyes laborales, la misma infraestructura y un problema institucional importante por citar algunas de las cosas que no están resueltas ni lo estarán en las próximas semanas. Las buenas intenciones del gobierno son genuinas, pero el partido recién comienza.
La idea de una economía más ordenada tanto en la macro como en la micro se ve en la menor brecha cambiaria que hoy está abajo del 50% cuando con Sergio Massa era tres veces más grande. Lo cierto es que, aunque el rumbo de Milei sea mejor que el de Massa, la economía argentina todavía está muy débil como para tener una tipo de cambio poco competitivo.
Para el Gobierno seguir con el 2% mensual tiene el mérito de que lo puede ayudar a reducir la inflación. Pero si lo hiciera hasta fin de abril, aún considerando una baja importante de la inflación, la apreciación cambiaria sería muy importante. No tanto como el final del gobierno de Cristina Kirchner en 2015, pero acercándose peligrosamente al tipo de cambio real del final del gobierno de Alberto Fernández.
Un peso fuerte conspira contra el superávit de comercio que el Gobierno necesita para salir del terreno negativo en el que aun se encuentran las reservas internacionales del Banco Central. La Argentina en el corto plazo no atraerá muchos flujos financieros (como pasó en el 2016 vía emisión de bonos y flujos de corto plazo), de manera que será la cuenta comercial la que tendrá que aportar los dólares. Algunos hablan y gastan a cuenta los dólares de la cosecha.
Pero esto no es matemática. Con un dólar barato, las exportaciones serán menores y la demanda de dólares crecerá. Si el Gobierno insistiera con el paquete fiscal y buscara volver a subir retenciones, un tipo de cambio apreciado conspira contra eso. Las retenciones son un mal impuesto, pero temporariamente podrían convivir con un dólar alto. Con un tipo de cambio apreciado, las retenciones al 15% para muchos sectores serían una mala idea.
Además, si la estrategia es ir hacia la unificación cambiaria (algo loable en si mismo y acordado recientemente con el FMI), habrá que hacerlo a un tipo de cambio competitivo. Por poner un número, hoy el precio de unificación debería ser parecido al del mercado (MEP, blue o CCL). Hay que hacerlo competitivo porque una vez que se sueltan los controles, lógicamente el Gobierno no querrá sobresaltos. Por eso la lógica gradualista fue esperar hasta que el Banco Central tenga mas reservas y la economía esté más ordenada. Es decir, da la impresión de que el tipo de cambio hoy no es algo sacrificable.
Una alternativa para seguir con el 2% mensual puede ser cambiar el 80-20% en que se liquidan las exportaciones y darle una proporción mayor a las exportaciones que se liquidan por el CCL. Pero eso es una sábana corta porque mejora la situación de los exportadores, pero reduce la oferta de dólares en el mercado oficial. Recordemos que la demanda hasta ahora estaba anestesiada, pero ahora los importadores pymes empiezan a pagar sus deudas viejas y los pagos de las nuevas empiezan a caer también. Es decir que si el BCRA quiere seguir comprando dólares necesitará que los exportadores liquiden mucho.
Al final del día, uno de los problemas de seguir con el 2% mucho tiempo es que en algún momento que podría llegar en abril o máximo mayo, el Gobierno tendría que hacer otro salto discreto en el tipo de cambio. Esto hace que una inflación que casi seguro vendrá en descenso se vuelva a prender fuego. En el entorno recesivo actual, otro fogonazo inflacionario no es una buena idea. Evitar otro salto parece una buena idea. ¿Se puede? Probablemente sí.
Una alternativa que luce menos dolorosa hasta que se pueda unificar el tipo de cambio es aumentar la velocidad de la depreciación. Que sea inferior a la inflación proyectada, pero no tanto. Lógicamente hay una endogeneidad porque una devaluación más rápida, digamos al 7% mensual agrega algo de inflación. Esto es como retrasar un poco todo, esperando que aparezcan esos shocks de productividad o esa credibilidad salvadora en donde baje la brecha y se pueda unificar con menos salto cambiario.
El problema de ir hacia una devaluación algo más veloz es que la tasa de interés actual parece un poco baja. Hoy se paga un 9% mensual en plazos fijos, algo que no le gana a la inflación, pero esa misma tasa da incentivo a exportar ya quien puede elegir entre liquidar o no liquidar sabe que con la tasa le gana al precio del dólar. Ese premio se reduciría mucho.
En definitiva, el Gobierno tendrá que en algún momento de los próximos dos o tres meses tomar una decisión sobre qué hacer con la política cambiaria. Ninguna alternativa está exenta de costos y problemas. No es fácil estar en esos zapatos.