sábado, 20 septiembre, 2025

Quiénes visitan a Cristina Kirchner a su prisión domiciliaria

Desde el 17 de junio de 2025, Cristina Fernández de Kirchner cumple una condena a seis años de prisión por administración fraudulenta, confirmada por la Corte Suprema. No está en una cárcel común: su pena transcurre en el departamento de la calle San José 1111, en Constitución, bajo régimen de prisión domiciliaria. Con tobillera electrónica y visitas restringidas, la ex presidenta convirtió ese encierro en una nueva forma de centralidad política. En la previa de las legislativas de octubre, su casa se volvió lo que antes fue el Instituto Patria: un centro de operaciones. Durante el último mes, la rutina fue clara: visitas planificadas, autorizadas, difundidas. A veces personales, a veces políticas. A veces ambas.

Campaña

El 9 de septiembre, Juan Manuel Urtubey volvió a verla después de diez años. El ex gobernador salteño, que supo pelear contra el kirchnerismo, volvió ahora como candidato a senador por Fuerza Patria. Necesitaba la bendición. La consiguió. En redes se mostró sonriente y CFK, que no suele regalar fotos con cualquiera, lo recibió con calidez política. Urtubey busca reinsertarse, y lo hace por la única vía que le queda: Cristina.

Seis días después, el que pasó fue Jorge Taiana. También candidato. La frase que dejó tras la visita fue simple: “Hoy más que nunca, la unidad nos fortalece”. En tiempos de Milei, el peronismo encontró un punto de acuerdo: defenderse. Y ese punto se llama Cristina. El 12 de septiembre fue el turno de los porteños. Mariano Recalde, Ana Clara Arias, Itai Hagman y Lucía Cámpora entraron en bloque. La excusa fue el veto presidencial a la ley de financiamiento universitario. El verdadero tema fue la campaña.

Y la orden, también: hay que disputar la Ciudad. La foto grupal fue prolija, con gesto de “mesa de trabajo” y sin alardes. Internacional. El 1° de agosto, CFK recibió al expresidente colombiano Ernesto Samper y a la exlegisladora ecuatoriana Gabriela Rivadeneira. La excusa fue la coyuntura regional y la cuestión de fondo: la campaña internacional “Cristina Libre”. Ambos referentes viajaron para eso: levantar el perfil de la causa, denunciar el “lawfare” y poner en duda la condena. La reunión fue difundida por la propia Cristina, con palabras cargadas de mística latinoamericana: “Amigos de la Patria Grande”. 

El 24 de agosto, otra escena de diplomacia doméstica: David Edwards, secretario general de la Internacional de la Educación, llegó al departamento con Sonia Alesso (CTERA). El tema fue la crisis educativa, pero el mensaje fue político. Cristina habló de “catástrofe social” bajo el Gobierno de Milei, volvió a insistir con la idea de país desmantelado y agradeció, otra vez, la “solidaridad”. La prisión no impide discursos.

Rock

Una de las visitas más comentadas fue la del 31 de agosto. El Indio Solari, acompañado por su esposa, visitó a Cristina en la víspera del tercer aniversario del intento de magnicidio. No hubo partes oficiales. Solo una imagen compartida por Máximo Kirchner: el Indio, Cristina y Virginia “Viru” Mones Ruiz, en un ambiente de living, con luz natural, sin solemnidad. La foto tuvo algo de épica y algo de ternura. Fue una postal íntima de la memoria política y cultural. No hubo declaraciones. No hizo falta. En redes, miles compartieron la imagen como si fuera una pintura. La política no se expresó con palabras. Se expresó con compañía.

La prisión domiciliaria tiene reglas claras. Las visitas deben ser autorizadas por el TOF N° 2. Solo familiares, abogados, médicos y custodios están exceptuados del trámite. Todo lo demás debe pedirse. Y se pide. Lo llamativo es cómo ese filtro judicial terminó funcionando como un mecanismo de validación. Cada ingreso, lejos de ser un límite, se transformó en un acto político controlado. San José 1111 se convirtió en una especie de comité cerrado. Un búnker donde se cocina la resistencia. Lo que la Justicia buscó contener, Cristina lo convirtió en escenografía. El uso político del encierro tiene su paradoja: cuanto más restringido el espacio, más simbólico el poder. Cristina no es cualquier condenada. Su prisión domiciliaria no busca pasar desapercibida. Busca impactar. Para algunos, eso rompe la igualdad. Para otros, refuerza la idea de que su condena fue política.

Cada encuentro, cada foto, cada frase en redes es parte de algo más grande: Cristina construye desde el encierro. No una candidatura, al menos por ahora. Pero sí una centralidad. La llama no se apaga, y el peronismo, sin un nuevo faro, sigue orbitando alrededor suyo. Axel Kicillof asoma como un potencial líder, pero todavía no se consolida. Cristina ya no tiene margen para actos masivos, pero tampoco hacen falta. En el mundo K, una foto con Cristina vale más que una campaña entera. Y esa imagen, aún con la tobillera, todavía rinde. El living de Cristina no es para cualquiera. Hay que llegar con permiso judicial, con aval político o con una historia en común. Cada visitante sale con algo: una frase, una consigna, una foto, una idea.

La prisión domiciliaria, por ahora, no aísla a Cristina: la organiza. No la limita: la enmarca, pero ese marco podría ser su verdadera condena. Su hijo Máximo trabaja para que su figura se mantenga latente, mientras que en el peronismo bonaerense buscan dejarla ahí, en un departamento como fuente de consulta.

Mientras en la calle se pelean por las listas, los micrófonos y las redes, adentro, en San José, alguien anota, ordena, escucha y define. Cristina no grita. Se muestra todo lo que puede y ahí está. Como siempre. Y el que quiera recibir su bendición, ya sabe: tiene que tocar el timbre.

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