Había regresado la democracia con el gobierno de Raúl Alfonsín y los musicales porteños recuperaban el brillo que la dictadura supo apagar. Fue en ese clima de euforia post-prohibiciones que se cruzaron Ana María Cores, joven actriz en ascenso, con carisma natural y ojos soñadores, y José “Pepito” Cibrián Campoy, heredero de dos linajes teatrales, el de su padre, José Cibrián, galán de los ’50, y el de su madre, la diva Ana María Campoy, y ya con nombre propio en la dirección y la dramaturgia.
Se conocieron en el teatro, claro. No podía ser de otro modo. Cores formaba parte del elenco de uno de los primeros espectáculos musicales con impronta internacional que dirigía Pepito y, según los testigos de esos ensayos eternos, la química fue inmediata. Él era carismático, intenso, verborrágico. Ella, luminosa, encantadora, fresca. Y si bien Cibrián nunca ocultó su orientación sexual, lo cierto es que la relación con Cores fue real, pública y terminó con una boda.
Pepito y Ana María se comprometieron y se casaron. La noticia llegó a los diarios: “Cores y Cibrián, boda en puerta”. Respecto a la celebración, detalló una de las revistas de la época: “La ceremonia hizo correr muchas lágrimas de alegría. Es que la boda de José Pepito Cibrián (junior) no pudo menos que emocionar a los padres de Ana María Cores, la flamante esposa, y a Ana María Campoy y José Cibrián, quienes oficiaron de padrinos. El casamiento tuvo lugar en la abadía de San Benito de Palermo, templo en el que se dieron cita numerosos allegados a la pareja. Después de la ceremonia religiosa la novia –que lucía un elegante pero discretísimo vestido de organza blanca talle Imperio, con mangas fruncidas y talle alto- y su esposo se dirigieron a la Botica del Ángel para concretar el homenaje que Eduardo Bergara Leuman prometiera para la ocasión. Asistieron Susana Giménez y su novio, Héctor Cavallero, Diana Maggi, Osvaldo Cattone, Marikena Monti y Amelia Bence”.
La historia fue corta, pero intensa. Duró unos meses. Vivieron juntos en el departamento de Pepito en Barrio Norte. En entrevistas de la época, él decía que ella lo “contenía” y que era “la mujer más admirable que conocía”. Ella, por su parte, hablaba de “una conexión emocional que iba más allá de todo”.
Décadas después, ambos hablaron del tema con franqueza. En una entrevista de 2011, Pepito subrayó en el programa Almorzando con Mirtha Legrand: “La quise profundamente. Fue una relación hermosa y real. No fingíamos. Estábamos comprometidos de verdad. Pero yo me encontraba en un momento muy confuso. Buscaba una vida que no era para mí. La amé, pero no podía sostener esa mentira. Y lo entendimos los dos”.
Cores, por su parte, también lo recordó con cariño: “Fue una experiencia rara, sí, pero muy hermosa. Era una época en la que estábamos todos buscando quiénes éramos. Y yo, como buena actriz, me animé a vivir una historia intensa. Nadie nos obligó, no era una farsa. Estuvimos enamorados. Pero no era amor de pareja para siempre. Fue otra cosa. Más genuina de lo que muchos piensan”.
La prensa de aquellos años estalló con la noticia. Revistas como Gente, Semanario, Flash y Radiolandia 2000 sacaron tapas con la pareja abrazada en algún estreno, o con titulares que oscilaban entre lo romántico y lo escandaloso: “La boda que nadie esperaba”, “Pepito encontró el amor en escena”, “¿Casamiento o ficción?”.
En la televisión, la noticia explotó en los programas de chimentos de la época. Lucho Avilés, en Indiscreciones, se preguntaba en voz alta: “¿Será verdad este romance o estamos ante una estrategia de promoción?”. Susana Giménez, por su parte, recibió a Cores en su living y le preguntó en vivo: “¿Y qué tiene Pepito que te enamoró?”. Ella, con una sonrisa relajada, respondió: “Mucho más de lo que la gente cree”.
En la radio, el tema se coló en los programas de la tarde. En La Oral Deportiva, incluso, lo mencionaron entre goles y entrevistas, como rareza del día. En las redacciones, algunos lo celebraban como “la historia de amor del año”, y otros, en voz baja, lo dudaban.
Incluso en el ámbito teatral, muchos opinaban sin que se lo pidieran. Colegas de ambos que los querían y mucho arriesgaban: “Esos dos se entienden porque viven en otro plano. No necesitan cumplir lo que se espera”.
Otros como Enrique Pinti, en su ciclo radial por Splendid, bromeó con su estilo: “¡Esto es más comedia que musical! Si se casan, que lo filmen, porque va directo a cartelera”. Chunchuna Villafañe, amiga cercana de Cores, fue más empática: “Yo vi cómo se miraban. No era pose. Se cuidaban, se querían bien. Lo que tengan que vivir, que lo vivan a su modo”. Y hasta China Zorrilla, consultada en una nota de Semanario, dijo con ironía elegante: “Si el amor existe, también existe entre actores. Aunque dure menos que una temporada en Mar del Plata”.
Otros, con más cautela, preferían evitar definiciones. Pero entre bambalinas se hablaba y mucho. Había quien creía que era un vínculo platónico con cobertura mediática. Otros, que se trataba de un intento honesto de formar una pareja en un ambiente donde todo se exagera. Pero nadie dudaba de una cosa: se querían de verdad, aunque nadie supiera exactamente cómo.
Ambos continuaron con sus carreras, brillantes, por caminos distintos. Ana María Cores fue una figura fuerte en teatro musical y televisión. En los ’80 se consagró en obras como La Fiaca, El diluvio que viene y Sugar. Más tarde se ganó el cariño de los chicos como la Bruja Cachavacha en El mundo de Disney y otras producciones infantiles. También formó parte de ciclos como Los Libonatti, Zona de riesgo y Costumbres argentinas. Trabajadora incansable, amada por sus colegas, ganó dos premios ACE y el Konex como actriz de musical.
Pepito Cibrián, entretanto, desarrolló una de las carreras más prolíficas y personales del teatro argentino. Creó junto a Ángel Mahler títulos emblemáticos como Drácula, Las mil y una noches, Dorian Gray, El Jorobado de París y Otelo, con puestas colosales y elencos multitudinarios. Se volvió sinónimo de musical en castellano. Desde su lugar de creador total -dramaturgo, director, formador de actores-, cultivó un estilo único: teatral, emocional, algo desmesurado, pero siempre brillando.
La historia con Ana María Cores quedó atrás. Pero nunca fue negada. Ni por él, ni por ella. Al contrario, ambos la mencionaron siempre con respeto, e incluso con cierta nostalgia. En una nota de 2020, Cibrián volvió sobre el tema: “Me siguen preguntando si estuve realmente enamorado de Ana María. Claro que sí. Pero a veces uno se enamora de una ilusión, o de la parte de uno mismo que querría encajar en otra vida”. Ella aseguró en una entrevista radial: “A Pepito lo voy a querer siempre”.
En tanto, el periodista Héctor Maugeri los entrevistó a ambos en su ciclo +Caras. Este fue su diálogo con Ana María:
-Tu primera boda fue muy especial, muy particular con pepe Cibrián, que duró seis meses.
-Cinco.
-El wedding planner fue Bergara Leuman. ¿Qué te pasó? Porque él siempre habló abiertamente de su sexualidad, de su condición de hombre gay.
-Creo que me enamoré de él, la primera obra que hice fue con él, me fascinaba este mundo. Eso me pasó, me fasciné con él. Todo el mundo del espectáculo se resumió en él. Después me casé.
-¿Pero él te pidió matrimonio?
-Sí, sí, él me pidió matrimonio. Y le dije que sí, enseguida.
-¿Sabías su condición sexual?
-Según lo que él me decía, no sé si decir estas cosas… Él quería casarse conmigo porque me quería y un montón de cosas. Y bueno, yo acepté. Porque para mí fue como condensar todo lo que era el fascinante mundo del espectáculo.
-¿Pensaste que podías modificarlo?
-No sé si modificar. Yo era muy chica, tenía 20 años; pero 20 años no de las chicas de ahora, sino de las de hace 50. Y en mi familia nadie era actor ni actriz. Para mí fue un mundo nuevo.
-¿Pero no sabías de verdad que él era gay?
-Yo creía en lo que él me decía.
-¿Y qué te decía?
-Que se quería casar conmigo.
-Vos siempre decís que en los vínculos, dos que se maquillan es mucho.
-Sí, dos personas en una misma casa que se maquillan, no. Por eso no saldría con ningún actor. Y músico menos porque son peores. El amante del músico es la música, siempre.
-¿Es cierto que cuando estabas casada con él te diste cuenta que era como Calígula? ¿por qué decías eso?
-Porque él cree estar en un lugar superior y necesita tener el poder que tenía Calígula. A veces creo que cuando uno quiere tener tanto poder es porque no se siente demasiado seguro. Él necesita eso, sentirse un ser importante. Yo lo quiero mucho, eh.
-¿Vos dijiste basta, es hasta acá?
-Si, a los dos meses que estábamos viviendo acá nos fuimos a México, estuvimos otro par de meses más o menos allá y decidí volverme.
-Porque te diste cuenta…
-Sí, porque la relación era imposible.
-¿Porque tenía una personalidad como la de Calígula o porque no había conexión?
-No, ya no había conexión. Al compartir diariamente te das cuenta cuando una persona no puede estar con vos, más allá de su sexualidad o no. Y entonces decidí volverme. Empecé de a poquito a hacer mi carrera. Tuve la suerte de que había muchas comedias musicales. Daba pruebas y entré en Hair, en Jesucristo…
-Cuando se hablaba de tu vínculo con Pepe pensé que hay muchas actrices que son muy vulnerables y que a veces aceptan estar con un hombre bisexual, inclusive homosexuales. Hay muchas divas de Hollywood que tienen doble vida…
-No fue mi caso, si no estaría todavía casada con él.
“La amé y la amo”
En el mismo ciclo, previamente, también lo habían entrevistado y le habían consultado, como no podía ser de otra forma, sobre aquél amor. “Me casé a los veintitrés. La amé y la amo. Y lo primero que le conté a Ana fue acerca de mi identidad sexual, fue lo primero que ella supo. Porque le dije: ‘En cuanto sepan que estamos juntos, de novios o lo que fuere, te van a llamar’. Y en efecto, la llamaron 38 personas para decirle”
Al respecto, consultada por el periodista por estas declaraciones, Cores aseguró: “No me acuerdo (si me comentó sobre su sexualidad). Digámosle que sí. Cuando me dijo de casarnos para mí fue como una cosa muy extraña lo que me pasó. Me fascinó el hecho de que me pidiera matrimonio una figura”.
Hoy, en el recuerdo, aquella página de amor escrita por los dos sigue siendo uno de esos capítulos históricos y recordados del espectáculo argentino. Una especie de novela donde coinciden el amor genuino y la imposibilidad de ir más allá. Como si el teatro, una vez más, se hubiera infiltrado en la vida real.