Muchas veces podemos sentir que la inflación que informan en los medios oficiales y noticias no se parece a lo que experimentamos al hacer las compras, pagar el alquiler o la prepaga. No es simplemente una sensación, sino más bien una realidad: la inflación que mide el INDEC es una sola, pero los bolsillos son muchos y distintos. Cada persona, cada familia, tiene una forma distinta de consumir, con prioridades, necesidades y hábitos que hacen que el impacto de los aumentos de precios no sea igual para todos.
El dato oficial de inflación refleja el promedio de lo que suben los precios para una canasta «tipo», que representa el consumo generalizado de la población urbana. Sin embargo, ese número no contempla particularidades importantes: no es lo mismo lo que gasta un jubilado que lo que gasta un joven profesional, ni pesa igual una suba en alimentos que una en medicamentos o en alquileres según el caso.
En un contexto de desaceleración inflacionaria, como el actual, muchos precios suben a menor ritmo. Pero eso no significa necesariamente que el bolsillo lo sienta como un alivio. De hecho, algunas personas pueden seguir sintiendo que sus gastos aumentan más rápido que antes o que el dinero no alcanza.
El dato de inflación vs dos tipos de perfiles y consumo
Por eso, en esta nota nos propusimos responder una pregunta sencilla con una respuesta compleja: ¿cómo medir tu propia inflación? Para eso, comparamos el índice general con dos casos reales de consumo personalizado: el de un jubilado promedio y el de un asalariado soltero sin hijos. En cada caso construimos una canasta de consumo propia, con ponderaciones particulares y las variaciones reales de los precios que efectivamente enfrentaron durante un mes. Los resultados muestran una diferencia clara entre la inflación promedio y la inflación del bolsillo.
El Índice de Precios al Consumidor (IPC) que publica el INDEC mes a mes es la principal referencia para medir la inflación en Argentina. Este indicador se construye a partir de una canasta de bienes y servicios representativos del consumo promedio de los hogares urbanos del país. Esa canasta está dividida en grandes rubros o aperturas, como alimentos, salud, educación, transporte, entre otros, y cada uno tiene una ponderación específica, es decir, un «peso» dentro del índice según cuánto representa en el gasto total de una familia promedio. Estas ponderaciones no son arbitrarias: surgen de encuestas oficiales de gasto de los hogares realizadas por el INDEC, como la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares (ENGHo), y se actualizan con baja frecuencia.
En este caso tomamos como base el salario promedio registrado en Argentina, el RIPTE (Remuneración Imponible Promedio de los Trabajadores Estables), que en mayo estimamos que fue de $1.423.645. A partir de allí, distribuimos ese ingreso según las ponderaciones oficiales del IPC, para calcular cuánto se destinaría a cada rubro del gasto si uno tuviera ese nivel de ingreso y consumiera como la «canasta tipo» del INDEC. Luego, aplicamos las variaciones oficiales de precios de mayo en cada categoría para obtener el «gasto ajustado».
Distribución del salario promedio registrado según las ponderaciones oficiales del IPC
El resultado: con una inflación oficial mensual de 1,55%, una persona que consume según esa canasta «promedio» habría necesitado $1.445.737 para mantener el mismo nivel de vida en mayo que en abril. Es decir, su gasto mensual habría aumentado apenas 22.092 pesos.
La inflación «promedio» no cuenta toda la historia
Sin embargo, esta inflación «promedio» no cuenta toda la historia.
El dato publicado es útil como referencia general, pero no refleja necesariamente lo que vive cada persona en su día a día. ¿Por qué? Porque cada bolsillo tiene su propia «canasta de consumo». No todos gastamos en lo mismo, ni en las mismas proporciones.
Por ejemplo, una persona jubilada probablemente destine una mayor parte de sus ingresos a medicamentos, servicios de salud, alimentos y servicios públicos, mientras que un joven profesional soltero puede gastar más en alquiler, transporte o recreación. Cuando los precios suben más fuerte en los rubros que más pesan para vos, tu inflación personal puede ser mucho más alta que la oficial, incluso en un contexto de desaceleración inflacionaria.
Con esa lógica, armamos dos ejemplos concretos para comparar:
- Una jubilación promedio, que en mayo fue de $532.831, según el haber medio informado por ANSES.
- Un trabajador soltero sin hijos, también con ingreso promedio del RIPTE ($1.423.645), pero con una estructura de consumo diferente a la oficial.
Para estos dos casos, construimos canastas personalizadas que reflejan mejor los gastos habituales de cada perfil. Además, en lugar de usar las variaciones oficiales del INDEC, aplicamos aumentos reales y más específicos por rubro. Por ejemplo, en lugar de usar la variación de «Salud» (que incluye productos, equipos y prepagas), usamos solo el aumento de prepagas, que fue de 3,5% en promedio en mayo. Lo mismo hicimos con combustibles, tarifas, alquileres, etc., que suelen moverse por fuera del índice promedio.
En el caso del jubilado, los servicios públicos, las prepagas, los alimentos y el alquiler concentran la mayor parte del gasto. Al aplicar los aumentos reales sobre estos rubros, la inflación personalizada para este perfil fue de 2,98% en mayo, casi el doble que la oficial. El gasto mensual subió a $548.740, es decir, $15.909 más que el mes anterior, un monto considerable cuando cada peso cuenta.
Para un jubilado, el gasto mensual subió a $548.740, es decir, $15.909 más que el mes anterior
Por otro lado, el trabajador soltero sin hijos también tuvo una inflación más elevada: 2,57%. En su canasta, los aumentos más fuertes fueron en alquileres (12,3%), servicios públicos (4%) y otros bienes y servicios varios. Así, su gasto mensual estimado subió a $1.460.194, lo que representa un ajuste de más de $36.549 en apenas un mes.
El trabajador soltero sin hijos también tuvo una inflación más elevada: 2,57%
Impacto desigual de la inflación
Estos ejemplos muestran cómo el impacto de la inflación es desigual, y cómo los datos promedio muchas veces no alcanzan para entender la realidad cotidiana de distintos sectores.
Medir tu propia inflación no es simplemente un ejercicio estadístico: es una herramienta para entender por qué muchas veces sentís que el sueldo no alcanza, incluso cuando la referencia oficial indica que la inflación está bajando. El dato promedio puede ser útil como referencia macroeconómica, pero no explica del todo cómo impacta la suba de precios en tu vida cotidiana.
La metodología que usamos en este trabajo busca reflejar esa diferencia. Aplicando la lógica del IPC, pero ajustándola a distintos perfiles de consumo reales, logramos estimar la inflación «personal» que enfrenta un jubilado o un soltero sin hijos. Y los resultados muestran con claridad por qué la percepción de que «todo sigue aumentando» puede ser mucho más que una sensación.
La economía está atravesando una fase de desaceleración inflacionaria, pero esa moderación no se distribuye de forma pareja. Mientras el promedio puede estar en 1,5%, hay sectores que están absorbiendo subas de más del doble. Y si justamente son esos sectores los que más consumís, como alimentos, salud o transporte, entonces tu inflación real se despega del número oficial.
Esa brecha entre el índice general y la experiencia personal de los precios no es un error, sino una consecuencia natural de cómo se construyen los promedios. Por eso es importante mirar más allá del dato único y empezar a calcular el impacto real que la inflación tiene en tu bolsillo. Porque, en definitiva, la verdadera inflación es la que cada uno vive, todos los días, al hacer las compras o pagar sus cuentas.