sábado, 14 junio, 2025

Una insólita vuelta al mundo en 200 días

¿Sabés por qué gritaba Johnny Ray? La pregunta se escucha en el décimo piso de una stairway to heaven de 26 pisos rodeada del entrevero de neones de las pizzerías y los grandes teatros del centro al que la mujer casi centenaria a la que se llamará “Isla” conoció, por supuesto, con la Corrientes angosta del tango. Johnny Ray era una de las voces más destacadas de la música popular norteamericana en la transición de la balada de jazz (Sinatra) al rock and roll (Elvis). “Cry”, con su ambiente cocktail subrayado por las notas de un vibrafón y una guitarra tremolada, es el arte de Ray hecho canción y al mismo tiempo la forma exacta de designarlo: romper en llanto en comunión oceánica con las fans. “Porque era sordo”, responde Isla mientras descubre una página más de su álbum de la vuelta al mundo de 1956. El buque Yapeyú ha tocado Cuba y la joven a punto de cumplir 30 años se quedará con una foto autografiada por el cantante nada menos que en el Tropicana, La Habana un minuto antes de Castro y el Che.

En el pequeño monoambiente con una ventana lateral donde rebotan los reflejos de las otras torres como en esos ascensores posmodernos donde el espejo juega al infinito (¡el horror de Borges!) una historia sucede a otra en cascada. La de una estafa, por ejemplo. Isla y su marido indio (un ex aviador de la Royal Air Force que había servido como voluntario del Commonwealth en la Segunda Guerra Mundial) lo perdieron todo de un día para el otro. Incluido el piano de cola, con el que Isla llegó a grabar un concierto de Bach en un disco de pasta luego de completar el Conservatorio Williams. Rodeada de fotos y recuerdos que se amontonan como las pinturas en los salones del siglo XIX, Isla asegura que desde entonces se volvió incapaz de tocar una sola nota. La música se le fue de las manos junto con todo lo demás.

Pero aquí están tres biblioratos fantásticos que dan testimonio de la cultura visual del turismo masivo (la folletería, las postales) en su hora cero. Isla viajó seis meses por todo el mundo como parte de una tripulación en la que también iban catorce cantantes de ópera; una suerte de redacción e imprenta; un elenco de cine completo que filmó una película que jamás se estrenó y una exposición de arte argentino auspiciada por el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires recién fundado por Rafael Squirru. En cada puerto, el director y escenógrafo Cecilio Madanes daba una conferencia para el público que se espejaba en el exotismo con las obras. Isla dice que hacían cola para entrar al barco argentino que también había servido para exhibir, al tocar Japón, las legendarias perlas de Mikimoto Kokichi.

El viaje fue organizado por la agencia de turismo Trio (apellido de un inmigrante italiano) que reclutó a dos promotoras para la venta de los pasajes. Isla llegó por un aviso publicado en el diario Clarín (entonces casi nuevo) y se le pidió que visitara a los potenciales clientes a lo largo de la avenida Callao. De cada uno, la joven y bella mujer (como se puede ver en dos retratos al estilo de Anne Marie Heinrich) escribía un informe completo con la forma de una short story. Ahora es el visitante el que pregunta: ¿Dónde está todo eso? Isla cree que se perdió con el cierre de la oficina de Trio. Al final del día, hay en Buenos Aires un libro inédito que es una idea fabulosa y que alguna narradora debería escribir por ella. En aguas del Pacífico, el boletín que Trio editaba en el mismo barco publicó el poema “Mar de Fondo”. “Mar, hoy te veo como yo me siento/tu, bramando tu furia/yo, rugiendo mi miedo/Entre olas aceradas y gris plomo en el cielo/tu, esquivando tormentas/yo, olvidando recuerdos (…)”. Firmado: Isla. La casi centenaria mujer que cuenta historias de la vuelta al mundo en 200 días en un departamento mínimo que da a un pasillo laberíntico mientras que, según anunciaba la radio FM, en Buenos Aires, otra hora comienza.


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