En el nombre del padre

Javier Milei cimentó su carrera en base a la demonización y la aniquilación del sistema político. Porque Milei odia la política. Raúl Alfonsín, en cambio, hilvanó su trayectoria a partir del diálogo y de la incansable prédica por la consolidación del régimen político. Porque Alfonsín amaba la política. Mientras Milei se sostiene en el odio y en el rechazo a cualquier tipo de acuerdo con lo que entiende como negociaciones espurias de la política, Alfonsín creía que en la política se podían establecer discrepancias pero que su razón de ser se fundamentaba en la búsqueda de consensos.

Milei promueve la demolición de las instituciones que se desarrollaron en democracia. Milei promete destrucción. El Estado debe quedar en ruinas. Y cuanto más rápido, mejor. Solo deben sobrevivir escombros del edificio en el que se erige la política. Alfonsín, por el contrario, impulsó siempre la defensa del orden democrático por encima de cualquier tipo de discrepancias. Alfonsín proponía construcción. El fortalecimiento de la democracia se sostiene en el arte de aceptar las diferencias políticas.

Quizá por esa antinomia tan evidente con Milei, se ha vuelto necesario regresar a Alfonsín. “La política implica diferencias, existencia de adversarios políticos, esto es totalmente cierto. Pero la política no es solamente conflicto, también es construcción. Y la democracia necesita más especialistas en el arte de la construcción”, advirtió Alfonín en Memoria política. Transición a la democracia y derechos humanos, un ensayo político, que es a su vez su legado.

Esto no les gusta a los autoritarios

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En sus memorias, el padre de la democracia argentina reconstruyó el protagonismo que asumió en la histórica recuperación del sistema constitucional, a la vez, que reconoció sus errores por no haber podido dar cuenta de su responsabilidad en la trágica debacle hiperinflacionaria. El libro fue publicado en 2003 pero fue reeditado por el Fondo de Cultura Económica el año pasado. Es importante, insisto, volver a Alfonsín. Especialmente, en estas horas tan oscuras para la democracia que él supo concebir.

Javier Milei, seguramente, no ha leído a Alfonsín. Sin embargo, se esmera en criticarlo cada vez que puede hacerlo. Por caso, el Presidente decidió denostar a Alfonsín en el mismo día en el que se cumplieron 41 años del triunfo electoral de la UCR del 30 de octubre de 1983, hito que marcó el regreso a los votos y a las urnas y puso fin a las botas y a las armas.

Durante un discurso en la Fundación Mediterránea, Milei afirmó el jueves pasado que Alfonsín “huyó del poder seis meses antes” y que su gestión dejó indicadores sociales “peores que los que había en diciembre de 2001”. Y agregó: “Previa caída de la Convertibilidad hubo un el golpe de Estado impulsado por Duhalde y por Alfonsín. Porque, paradójicamente, a Alfonsín lo muestran como el padre de la democracia pero en realidad fue partidario de un golpe de Estado”.

Milei promete destrucción. Alfonsín proponía construcción.

Diputado provincial en 1958. Diputado nacional en 1962. Referente de los derechos humanos entre 1976 y 1983. Presidente en el regreso a la democracia en 1983. Impulsor del Juicio a las Juntas en 1985. Factotum de la reforma constitucional de 1994. Y, tras el estallido de 2001, actor decisivo en la salida de la crisis de la post Convertibilidad: una solución institucional, pacífica y cívica, a pesar de Milei. Porque Alfonsín fue siempre un inclaudicable luchador por la democracia. Un léon, podríamos decir, pero de los buenos: los que defiende a las fuerzas de la Constitución. Por eso es una ofensa muy seria que se asocie a Alfonsín con un golpe de Estado.

Y para que no queden dudas de la gravedad del improperio, solo basta observar cómo se unieron los radicales para señalar la barbaridad que pronunció Milei. No existe otro antecedente de coincidencia de correligionarios funcionales al Gobierno desde que La Libertad Avanza alcanzó el poder. Es difícil pensar en que un radical siga siendo desde ahora radical, sin quebrar su alianza con Milei luego del insulto a Alfonsín. “Cagones”, los llamó Graciela Fernández Meijide, sin vueltas.

Integrante de la Conadep en 1984, organismo que permitió documentar el horror de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura y que fue fundamental para fundamentar la condena a los genocidas en 1985, Fernández Meijide también fue protagonista de la salida constitucional tras la implosión del sistema político en 2001, y aclaró en estas horas que nada de eso fue un derrocamiento. Decenas de muertos en las calles tras la represión policial y una presidencia a la deriva obligaban a Fernando de la Rúa a un impeachment, que fue saldado con su paso al costado. Si la democracia argentina pudo sobrevivir en ese entonces fue, en gran parte, gracias a Alfonsín.

En El planisferio invertido, Pablo Gerchunoff muestra la complejidad de este animal político. El título del libro se refiere a un mapa colgado en el despacho del domicilio de Alfonsín, en donde solía recibir a sus invitados. Los sentaba frente a esa caprichosa imagen para que estuvieran obligados a contemplar la curiosidad de la escena mientras discurría su conversación en clave política. El plano que aparecía detrás de Alfonsín era un mensaje: el norte era el sur, el sur era el norte y Argentina se ubicaba en el centro del mundo. La irreverente cartografía era también, en los hechos, la síntesis que inspiraba a Alfonsín.

“Todo eso había sido Alfonsín –sostiene Gerchunoff–. Había dado vuelta el mapa institucional de la Argentina, había invertido el planisferio. Había logrado la paz con Chile después de más de un siglo de tensiones y de vigilia de armas. Había establecido una relación de amistad y confianza mutua con Brasil. Había modernizado a la sociedad con la ley de divorcio y la derogación de la ley de la censura. Había sentado las condiciones de la democracia. Y hubiera querido construir sobre el nuevo molde institucional una socialdemocracia alejada del autoritarismo del primer gobierno de Perón, del corporativismo de la dictadura de Ongañia y del neoliberalismo de la dictadura de Videla y del gobierno de Menem. Una socialdemocracia alejada también del intento de los Kirchner por monopolizar la representación popular”.

Es que Alfonsín fue muchas cosas pero fue, sobre todo, un verdadero demócrata. Y en su Memoria política advirtió que “no se puede hablar del futuro sin mirar hacia atrás” y que “no se puede consolidar la democracia con posiciones antidemocráticas”.

Milei, claro está, no piensa lo mismo.

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