Después de años de lucha, de desazón, de oscuridad, se hizo justicia: condenaron al profesor de tenis Ariel Gallero a once años de prisión por abuso sexual en Río Cuarto, después de la denuncia radicada en 2019 por Stefanía Lisa, quien fuera su alumna y su víctima entre los 13 y los 18 años.
El juez Carlos González Castellanos confirmó la sentencia y ordenó la detención de Gallero por delitos caratulados como “abuso sexual con acceso carnal, calificado por la condición de encargado de la educación, en grado de tentativa, y abuso sexual con acceso carnal reiterado, y calificado por la condición de encargado de la educación. Todo en concurso real».
La Cámara Segunda del Crimen de Río Cuarto, entonces, emitió la sentencia ante la denuncia que Lisa hiciera efectiva cinco años atrás y decidiera, en medio del calvario que debió atravesar, hacer pública recién a fines de 2021, cuando habló con Página/12 y otorgó los detalles, con el corazón en la mano, sobre el escalofriante caso.
Durante estos años Stefanía, ultrajada de su sueño de convertirse en tenista profesional y hoy abocada como profesional de la kinesiología, sufrió todo tipo de hostigamiento. Ahora, después del suplicio, del dolor y de las adversidades, con 32 años, puede decir que logró que se hiciera justicia en una lucha que se planteó más allá de su caso: que muchas otras víctimas de abuso se animen a denunciar. «Denunciar es el único camino para sanar», le contaba a este medio.
La historia empezó en 2006, cuando Stefi debió abandonar el tenis por los problemas económicos que atravesaban sus padres. Entonces apareció Gallero para ofrecerse a entrenarla sin cargo en el club Atenas de Río Cuarto, con la promesa de aprovechar sus condiciones y ayudarla a cumplir su sueño. «El tenis era mi pasión, mi vida, mi escapatoria de los conflictos que había en mi casa. Y él se presentó como mi salvador», recordaba ella.
Los detalles son espeluznantes: «Tramó un plan macabro para abusar de mí, porque sabía que yo era vulnerable. Comenzó con los comentarios sobre mi cuerpo, todos de índole sexual. Después, para mi cumpleaños, me dio un beso. Desvió el trayecto por el que me llevaba a mi casa y me llevó a un lugar oscuro; ya me había cambiado los horarios para entrenar de noche. Me decía que si contaba algo mis chances de jugar al tenis serían nulas, porque mi única posibilidad era él. Después empezaron los abusos sexuales, con acceso carnal, de lunes a lunes, todos los días, durante dos años. Sin preservativo, porque nunca me cuidó de nada».
En diciembre de 2021, luego de un largo tiempo de lucha silenciosa, decidió hacer público todo lo que le sucedió porque, desde el primer momento, consideró que la condena social era necesaria para que la justicia avanzara y no se olvidara del caso. «Hay un montón de otros agresores que siguen afuera como si nada, con las causas cajoneadas. Siento que algo empezó a cambiar en la sociedad por el movimiento de Ni Una Menos y, sin compararme en lo más mínimo, por el caso de Thelma (Fardin, denunciante de Juan Darthés), sobre todo por su llegada. Es importante que la gente sepa que seguimos peleando y que no nos callamos más. La sociedad tiene que apuntar al agresor y no a la víctima», decía Stefi.
El recuerdo del caso
Dos meses antes de la denuncia pública de Stefanía Lisa, en septiembre de 2021, Ariel Gallero fue imputado por abuso sexual con acceso carnal en grado de tentativa agravado, calificado por la condición de encargado de la educación, todo en concurso real. En la imputación también figuraban amenazas de muerte. Semanas más tarde, citado a indagatoria, se negó a declarar: decía que no conocía a Stefanía. Después de las pericias psiquiátricas que lo determinaron imputable, de las declaraciones de los testigos que aportó la víctima y del avance de la investigación, llegó el fallo: once años de prisión.
Para Stefi representa un alivio entre tanta penumbra. Así describía lo que había vivido desde muy chica: «Esta persona no sólo me manipuló y destruyó mi autoestima, sino que desestimó a todo mi círculo para que no tuviera a nadie a quién contarle. Me alejó de mi familia, de mis amigos; logró que me cambiaran de colegio por exigencia y horarios. Me cerró los caminos y nos amenazaba de muerte a mí y a mi familia. Tenía un arma en la guantera del auto con las balas en la puerta. No eran sólo palabras».
Cómo hizo para denunciarlo
El relato, en el recuerdo de aquella profunda conversación con este medio, es estremecedor: «La primera puerta se abrió cuando tenía 16 años, con los abusos más espaciados. Yo me veía con ese chico en espacios públicos y dejé de sufrir abuso sexual de esta persona durante dos meses, pero sí recibí atosigamiento constante. Me invitaba al telo, me decía que me extrañaba, que me amaba; yo seguía en el club porque tenía mi objetivo y, en mi inocencia, creía que él era la única posibilidad que yo tenía de ser tenista. En 2009 él tenía una pareja temporal que se presentó en el club para increparme porque, según ella, era yo quien lo invitaba al telo. Le mostré los mensajes para que viera que era al revés. Y les conté a mis papás lo que había sucedido con esta chica; no dije nada de todo lo que pasaba con él».
Y profundizó: «Fui a denunciar, acompañada por mi papá, y le pedí al policía entrar sola para contarle todo; lo quería denunciar a él. Le conté todo y el policía me dijo que, si lo denunciaba, quizá él venía y me metía un tiro en la frente, y que lo iba a hacer perder el tiempo con una denuncia porque en dos meses volvería con él. Seguro dije que era mi novio, porque me había hecho creer eso, pero el policía nunca entendió que era un abuso y que yo era menor de edad. Al final no hice la denuncia. Mis papás me preguntaron y les dije que era mi novio, que teníamos una relación, porque es lo que él me hacía decir. Les pedí a mis viejos que me dejaran seguir con el tenis porque era mi pasión».
La historia siguió «oculta» hasta que apareció la fuerza de Thelma y de todo el colectivo que la impulsó. El camino hasta ahí, en aquellas palabras de Stefi, una sobreviviente entre tantas que sufren abuso en cada parte del país y del mundo: «En 2010 otra pareja que vivía con él me contó que había una chica con la que tenía relaciones sexuales, que también era menor de edad, de la que yo ya sospechaba. Entonces les pude contar un poco a mis papás: les dije que había tenido una relación abusiva pero no que había sido forzada. Ellos se enteraron después de muchos detalles. En ese momento le imploré a mi mamá que no me hiciera denunciarlo, que me dejara continuar con mi vida. Por eso no lo denuncié. Pero siguieron el hostigamiento y las amenazas. Y pasó lo de Thelma, que a mí me movilizó mucho».
A pesar del miedo, entonces, decidió denunciarlo. Fue en diciembre de 2019, con un primer acercamiento en la Subsecretaría de Género. Días después hizo una denuncia penal en la Unidad Número 1 de Río Cuarto. Allí elevaron el caso a fiscalía. Los tiempos de la pandemia no evitaron que la causa siguiera su curso. El camino, la lucha, la resistencia, la supervivencia, dieron su primer gran fruto: la esperada condena.
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