El ocaso de Vilas en la Copa Davis, 40 años después: equipo sin futuro, internas y controversias

Una porción fundamental de la fructífera trayectoria de Guillermo Vilas, el tenista argentino más destacado de todos los tiempos, tuvo base en una competencia desde siempre particular: la Copa Davis, el certamen por equipos más prestigioso del mundo.

El Poeta había debutado por la ensaladera en 1970 y, desde entonces, había acumulado 14 años de presencias: finalizó su carrera sin conquistarla –llegó a la final en 1981–, pero con el récord nacional de 29 series y el fuerte registro de 57 victorias y 24 derrotas entre singles y dobles. Fue un ícono copero, aunque su despedida estuvo muy lejos de las luces. Más bien quedó marcada por los desencuentros de siempre. Incluso hasta jugó «obligado».

Stuttgart, Alemania Federal, cuarenta años atrás. El fin de semana del 24 al 26 de febrero de 1984, sobre carpeta, en un piso similar a una «alfombra», en el estadio cerrado Schleyer Hall, por la primera ronda del Grupo Mundial. La última aparición de Vilas terminó envuelta en controversias varias. Fue una victoria sencilla, casi sin atenuantes, pero con un equipo sin horizonte. Vilas se despidió en un clima sin futuro.

Aquella edición de 1984 no ofrecía esperanzas: el sorteo había arrojado a Alemania Federal, pero en caso de ganar asomaba Estados Unidos, de visitante y con dos impenetrables como Jimmy Connors y John McEnroe. Era el momento de iniciar la renovación. Desde algunos sectores pensaban que Vilas debía dar un paso al costado: ya tenía 32 años y pelear por la Davis en 1984, con Estados Unidos en el horizonte, con Jimmy Connors y John McEnroe, no era más que una quimera. Sería un año corto. El zurdo ya había transitado, junto con José Luis Clerc, muchos años en plena lucha por ganar la ensaladera. «Alemania, primer paso a la nada», aseguraban los medios de la época.

Se había producido un cambio de capitán: Ricardo Cano había sido reemplazado por Gerardo Wortelboer. El nuevo conductor, un mes antes y desde sus vacaciones en Punta del Este, se sinceraba: «Cuando me ofrecieron ser capitán pregunté qué pasaba con Vilas y Clerc. Me dijeron que iban a jugar. Al final agarré porque ser capitán de la Davis es un sueño dorado».

¿Acaso el capitán no elegía el equipo? No fue el caso: Wortelboer tenía el filtro del Comité de Copa Davis de la Asociación Argentina de Tenis (AAT). Desde la dirigencia ya estaban designados Vilas, Clerc y Roberto Argüello; el capitán escogió a Alejandro Ganzábal y eligió llevar a un joven Horacio de la Peña para foguearlo. «Yo quería un equipo para el futuro pero los dirigentes ya tenían decidido llamar a Vilas y Clerc; creo que se jugaron a que uno de los dos dijera que no», avisaba.

Era un equipo de transición: Wortelboer pensaba un plan a cinco años. Los dirigentes de aquel momento no dieron el paso clave para el recambio; Vilas y Clerc ya no podían jugar juntos, pero desde la AAT eligieron llamar a ambos y esperar que uno dijera que no. Aquella convivencia estaba agotada.

El relato repetido, una y otra vez. Las dos figuras del equipo cenaban separadas. Ni siquiera se entrenaron en pareja antes del cruce de dobles. Cuando Clerc llegaba Vilas ya se había ido. Y la grieta se profundizaba. De la Peña, de apenas 17 años, estaba aislado. Argüello y Ganzábal, dos piezas de la renovación, lo hicieron a un lado.

¿Qué había ocurrido? El promisorio zurdo había tenido, meses antes, un desmedido premio que originó resquemores: había sido el protagonista de una tapa de El Gráfico, en noviembre de 1983, por haber ganado un torneo menor en el plano local, en una edición que salió después de un fin de semana sin fútbol por una huelga de árbitros.  Además se sumó tarde al equipo por problemas con su pasaje y sólo se relacionaba con Vilas y con el capitán. Le preguntaba de todo a Vilas, quería ser una esponja, absorber la experiencia de un trotamundos, pero no tenía vínculo con los otros dos jóvenes del equipo. Apenas jugó una pequeña exhibición: iba a ser con un tal Boris Becker, una joya un año menor, pero al cabo se hizo con Carl Uwe Steeb.

El desarrollo fue ajustado pero Argentina se impuso por 4-1, pese a las internas y gracias a la marcada diferencia de jerarquía. Vilas ganó un primer punto peleado por 8-6, 8-6 y 7-5 ante Hans Dieter Beutel, mientras que Clerc derrotó de manera angustiosa a Michael Westphal por 8-6 en el quinto parcial. «Pensé que perdía; la Davis me da escalofríos», diría Batata tras la victoria.

Ambos ganaron el cruce de dobles en sets corridos ante Beutel y Andreas Maurer, una formación que no pudo contar con el mejor doblista alemán Wolfgang Popp, quien había recibido un pelotazo en el ojo durante las prácticas previas: tuvo desprendimiento de retina y fue directo a cirugía. Ya con la serie definida Clerc superó a Beutel y Westphal despidió a Vilas de la Copa Davis con una derrota. Pese a las cámaras que se pueden ver en las escasas imágenes existentes, la eliminatoria no tuvo transmisión.

«Un triunfo que no sirve para nada», titulaba El Gráfico, en modo catástrofe. El equipo mantenía las internas y no había futuro aparente. Y Vilas estaba atrapado en una doble polémica. ¿Por qué jugó? «Yo había dicho que no, pero Vásquez (NdR: por entonces presidente de la AAT) me llamó especialmente y me pidió por favor que lo hiciera. Me sentí obligado porque la AAT me ayudó mucho en el juicio (NdR: atravesó un proceso de sanción por el escandaloso caso de las garantías en Rotterdam 1983 y fue absuelto recién el mes anterior, en enero de 1984)».

Vilas, que ya había resuelto del plantel tras la caída 4-1 ante Suecia en las semifinales de 1983 en Estocolmo, jugó forzado: había un temor latente a una serie por el descenso ante Rumania. Y así lo sintió: «Cumplí con la obligación. No sé si estaré contra Estados Unidos. Mi decisión era no jugar pero me pidieron un año más. Acepté pero no más allá». Le pidieron que jugara cuando Vilas ya había cerrado una etapa, aunque las razones de su actuación en la fría Stuttgart no fueron sólo deportivas.

El número diez del mundo había sido presionado por un patrocinador de origen alemán. La firma de sus zapatillas necesitaba que jugara aquella serie en territorio germano. ¿Lo obligaron? Vilas lo dejó en claro: «No, pero si no jugaba no iban a estar muy contentos». Por esa misma presión protagonizó una situación extraña: abandonó la delegación en plena semana de entrenamientos y se dirigió dos días a Múnich, a más de 200 kilómetros, para participar de una exposición de ropa deportiva. Debía ir por contrato: justo coincidió con la Davis.

A mediados de julio, cinco meses más tarde, Argentina viajó a Atlanta para la profesía cumplida: fue caída por 5-0 en los cuartos de final y el epílogo de un año sin grandes expectativas. Formó con Clerc pero ya sin Vilas, quien decidió ser tajante: «Está muy claro el tema de la Copa Davis. Terminé con ella y ya no quiero jugarla más. Cuando me pidieron que jugara para mantener al equipo en la zona campeonato lo hice y ganamos. Cumplí como debía».

La sentencia fue absoluta: «La Copa Davis es muy importante y Argentina tiene que hacer las cosas muy seriamente como las hice yo. Estoy orgulloso de lo que me dio; queda en el recuerdo. La Copa Davis fue muy impresionante en mi vida y yo sé cuando algo ya no me pertenece».

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