En los últimos días, el presidente Javier Milei no oculta su irritación cada vez que le hablan de consensos. Se brota cada vez que escucha esa “mala palabra” e incluso sobreactúa su enojo, como para que nadie piense que le podrán torcer el brazo. El tiempo dirá en qué medida se trata de una actitud sin vuelta atrás o de una pose tendiente a presionar a gobernadores provinciales y opositores “dialoguistas”. Lo cierto es que, aun si se consolida la alianza parlamentaria entre La Libertad Avanza y el Pro, al oficialismo le seguirán faltando avales en el Congreso para aprobar las leyes que el Gobierno necesita.
A Milei le vino como anillo al dedo que Cristina Kirchner rompiese su silencio y saliera al ruedo, dando a conocer un extenso documento de carácter eminentemente económico en el que critica las políticas del actual Gobierno. Por un lado, la irrupción en el escenario de la expresidenta puede ayudar a unificar a las fuerzas libertarias y macristas. Por otra parte, si hay una cuestión en la cual el jefe del Estado se siente cómodo debatiendo es justamente la económica, y no dejó pasar la oportunidad para darle algunas clases a la líder del kirchnerismo.
Cristina Kirchner, siguiendo una visión propia de la izquierda nacionalista, planteó que la inflación es un problema derivado de la escasez de dólares y que la deuda es una deliberada acción de destrucción y sometimiento, pretendiendo ignorar que el endeudamiento es una consecuencia del déficit fiscal, al igual que la emisión monetaria, principal causa de la inflación. Sostiene la expresidenta que las crisis son el resultado de aquella falta de dólares, cuando en rigor no faltan dólares en la Argentina, sino en el Banco Central, al tiempo que, como explica el economista Manuel Solanet, las crisis cambiarias siempre han sido derivadas de una caída de las reservas del Estado por haber fijado el tipo de cambio por debajo del valor de mercado como ancla antiinflacionaria.
El documento de Cristina Kirchner destila un profundo desprecio hacia Mauricio Macri, precisamente en momentos de acercamiento entre el líder del Pro y Milei. Insiste en el argumento de que el gobierno macrista tomó la deuda con el FMI para facilitar la fuga de capitales en beneficio personal, cuando lo cierto es que esa deuda se contrajo a tasas inferiores a las que el mundo podía ofrecerle entonces a la Argentina para hacer frente a los pagos de la deuda que dejó el gobierno kirchnerista que lo precedió.
Milei se ocupó de refutar el diagnóstico de la expresidenta y también se apuró a anunciar que estamos “a un tiro de dolarizar” la economía, con el argumento -insuficiente a juicio de no pocos economistas- de que la base monetaria equivale a unos 8000 millones de dólares al tiempo que el Banco Central lleva comprados unos 7000 millones de dólares desde que asumió la presidencia de la Nación. Claro que incluso si estuvieran dadas las condiciones económicas y financieras para llevar a cabo la dolarización, semejante reforma monetaria requeriría de un aval por parte del Poder Legislativo del que Milei carece.
De ahí que no deje de sorprender que el primer mandatario insista en identificar consensos con corrupción y en acusar de “traidores” a todos aquellos legisladores que no apoyaron el proyecto de ley ómnibus. No menos sorpresa provocó su justificación de la decisión de levantar esa mega iniciativa frente a los tropiezos que estaba sufriendo durante la votación en particular en la Cámara de Diputados. Durante la entrevista que concedió a LN+, Milei afirmó que ordenó levantar ese proyecto de ley “porque logró su objetivo”, en tanto, según él, permitió que la opinión pública pudiera discriminar entre quienes están a favor de un cambio en libertad y “los delincuentes que quieren la continuidad de los privilegios de la política”; esto es, entre “leales y traidores”.
Su expectativa es que en el próximo proceso electoral se producirá una depuración de la dirigencia, en la cual el electorado borrará del mapa a los “corruptos” que viven de los privilegios de la política. El problema es que falta más de un año y ocho meses para las elecciones legislativas de medio término, y que para garantizar la estabilización económica y avanzar por la senda del crecimiento económico se requieren reformas estructurales (privatizaciones y reforma del Estado, laboral, previsional y tributaria) que solo pueden ver la luz con la venia del Congreso de la Nación.
El diputado José Luis Espert, antiguo socio político de Milei, lo dijo con todas las letras. Reseñó que, actualmente, entre los 257 diputados nacionales, hay unos 80 que apoyan el cambio; unos 100 identificados con el kirchnerismo y la izquierda que son parte del problema y que nunca respaldarán las políticas del actual Gobierno, y unos 70 legisladores que pueden definir las votaciones a quienes “hay que seducir en vez de cagarlos a trompadas”. Entre estos últimos se encuentran los diputados del radicalismo, de la Coalición Cívica, de Innovación Federal y de Hacemos Cambio Federal.
La lógica de Milei es otra. No parece querer escuchar a quienes le hablan de seducción. Más bien, se muestra dispuesto a escrachar públicamente a todo aquel que cuestione sus propuestas, además de condicionar con decisiones como la eliminación del Fondo Compensador del Interior y de los giros para el Fondo de Incentivo Docente a los gobernadores provinciales. Su táctica pasaría por ahogar financieramente a las provincias para persuadir a sus mandatarios de que deben avalar las reformas propuestas por el gobierno nacional. ¿Golpear y negociar?
Milei se siente cómodo en ese papel de hombre duro. Según el célebre teorema formulado en los años 80 por el recordado diputado nacional de la UCR Raúl Baglini, las convicciones de los grupos políticos son inversamente proporcionales a su cercanía al poder, de tal modo que cuanto más lejos están del poder más radicalizadas son sus propuestas, en tanto que cuando se acercan a él, más conservadores se vuelven. En las últimas horas, Milei se preocupó por enfatizar que desprecia el teorema de Baglini, con una serie de frases de su repertorio: la motosierra, la licuadora y el déficit cero no se negocian.