Tranquilidad, seguridad y estabilidad: estas son las características fundamentales que enumeran los argentinos que eligieron vivir en Waiheke. Se trata de una pequeña isla ubicada al norte de Nueva Zelanda, uno de los países que vienen creciendo en las preferencias a la hora de emigrar.
Con una superficie de 92 km2 y ubicada a sólo 40 kilómetros de Auckland, en esta isla rodeada de aguas turquesa viven apenas 9.000 habitantes y es uno de los lugares elegidos por los argentinos para vivir porque es pequeño y tranquilo, las distancias son cortas y hay una comunidad grande de latinos. Los compatriotas establecidos en el lugar que entrevistó Clarín coinciden en que, desde que llegaron, conocieron otra forma de vida.
“Mis niveles de ansiedad bajaron notablemente. Acá entendí que no es normal caminar con miedo de que me roben o me hagan algo”, confiesa Pamela Chapperon (35), quien se mudó hace siete años tras renunciar a la empresa en la que trabajaba en Argentina.
“Hoy vivo con mi marido en una casa que ya se ha transformado en nuestro hogar», afirma. Hoy trabaja fijo en un banco y hace tareas administrativas extras para una productora de eventos musicales y para una empresa de jardinería.
Ella encontró trabajo rápido, y hablar inglés fluidamente “facilitó el proceso”. Aunque tiene tres empleos, Pamela recalca que en momentos en los que su carga horaria era menor, el sueldo siempre le rindió para vivir muy bien: “Me alcanza para pagar el alquiler, hacer compras en el supermercado, cargar nafta para nuestra campervan, solventar gastos de la casa como luz e internet, comprarme algunas cosas más y ahorrar una parte”.
Los amigos que emigraron juntos
Lautaro Rodríguez (28), Renzo Casco (27) y Nacho Lettieri (27) son amigos desde hace años y tomaron la decisión de emigrar en el verano. Llegaron en marzo. Si bien las ganas de vivir en Nueva Zelanda estaban latentes desde hacía tiempo e imaginaban las consecuencias de estar lejos, vivir juntos los ayuda a afrontar el desarraigo.
“Era un destino sobre el que me habían hablado mucho. Sabía que era un lindo lugar para vivir y sobre todo para trabajar”, inicia Lautaro. Y Renzo agrega: “Es muy hermoso y cuidan mucho el ambiente”.
Lautaro (28), Renzo (27) y Nacho (27) son amigos y emigraron en el verano.Actualmente, trabajan en una empresa de construcción y alquilan una casa junto a otro amigo. No obstante el alto costo, los sueldos alcanzan y sobran para llevar una vida óptima. A esto se suma que el hecho de compartir los gastos, hace todo más fácil. “El alquiler es muy accesible en comparación a los sueldos”, cuentan. “Dividir el alquiler, la comida y otros gastos nos abarata un montón porque si uno quisiera pagar un alquiler solo, sería muy caro”, comenta Renzo.
Su jornada laboral es de lunes a viernes o de lunes a sábados, y la plata les rinde. Pero no solo para “vivir el día a día” como en Argentina, sino para estar tranquilos. Incluso tienen una capacidad de ahorro que no lograron en su país. “El sueldo es muy bueno en relación a Argentina. También depende de la cantidad de horas que trabajás por semana, y claro que eso te permite ahorrar más”, dice Lautaro.
En este sentido, Nacho explica: “Se paga por semana. Me alcanza para pagar el alquiler y alimentarme, pero también puedo ahorrar para seguir viajando y darme mis gustos”. Se permiten “pequeños lujos” que en Argentina no eran tan habituales. Según explica Lautaro, no tienen la necesidad de “estar comparando precios” en las compras semanales en el supermercado o limitándose a los alimentos básicos.
Gonzalo Battistessa trabaja en jardinería. Emigró hace cuatro años y aún se sorprende de las diferencias entre Argentina y Nueva Zelanda.Los tres coinciden en la calidad de vida inigualable. “La seguridad acá es increíble. En Waiheke, salís tranquilo a caminar por la calle, sea la hora que sea, y no estás en alerta de que te puede pasar algo”, detalla Renzo. “Además de la estabilidad económica, lo que más pongo en la balanza es la seguridad y la tranquilidad con la que se vive”, coincide Lautaro.
Por su parte, Nacho también destaca el correcto funcionamiento del tránsito, los trámites bancarios y el sistema de salud. “Son muy rigurosos y estrictos hasta en los mínimos detalles”, cierra.
«En Nueva Zelanda todo funciona»
Santiago Croci (25), quien llegó a la isla en agosto, se sorprendió de lo mismo: “Acá las reglas se cumplen y eso hace que todo sea más eficiente. En Nueva Zelanda todo funciona como debería y nadie se mete con lo que no es suyo”.
“Tengo mi habitación, un buen trabajo, hago cosas que me gustan y estoy aprendiendo mucho”, cuenta quien desembarcó hace apenas tres meses con una visa Working Holiday que le permite trabajar y viajar al mismo tiempo. Empezó en un supermercado pero, a los pocos días, optó por una empresa de distribución de alimentos. “Ahorro la mitad de mi sueldo y en un mes pude comprar un auto”, explica sorprendido: en Argentina tenía dos trabajos para llegar a fin de mes.
El mar que rodea la isla de Waiheke, en Nueva Zelanda.Los problemas económicos y de inseguridad no son temas de agenda en su nuevo hogar. De hecho, tal como narra, es algo que se palpa en la sociedad. “No encontrás mala onda en general porque la gente no tiene que superar problemas políticos o de dinero. Eso hace que la población esté más relajada”, admite y reflexiona: “Los argentinos sabemos solucionar problemas de muchas maneras”.
Hace cuatro años que Gonzalo Battistessa se estableció en la isla. Viajó con una visa de turista y al poco tiempo aplicó a la Working Holiday. Trabaja en landscaping: “Hago jardinería, corto el pasto, fumigo y como hay un viñedo donde laburo, también me ocupo de eso. Es un trabajo por temporada y ya es la quinta que llevo”.
Y continúa: “Acá te devuelven esa dignidad de que cualquier laburante puede acceder a algo básico como comer, sin privarse de nada, y podés ahorrar. Es digno que cualquier trabajador lo haga y se merezca comprar lo que necesite para vivir, tener estabilidad y poder planificar”. Además, hace hincapié en que una persona con ganas y voluntad de trabajar, cuenta con muchas oportunidades en Waiheke y que, indefectiblemente, “le va a ir bien”.
Gonzalo en un atardecer en Waiheke. Dice que ahí «le devuelven la dignidad a cualquier laburante». “Podés caminar tranquilo, incluso las mujeres pueden caminar solas y no pasa nada. Podés sacar el celular en cualquier lado y no te roban, dejar el auto abierto y con las llaves puestas, la mayoría de las casas no tienen trabas. Está todo como cuando yo era chico en Argentina”, relata.
Sobre este punto, y comparando la situación actual del país que lo vio crecer, confiesa que volver no sería una opción. “Uno lo piensa todos los días porque es su tierra, porque allá está nuestra familia y los amigos. Pero también uno se acostumbra a que le alcance, a bajar mil cambios, a estar tranquilo y a vivir con muchísimo menos estrés. No están las mismas preocupaciones que en Argentina”, puntualiza.
Gonzalo aún se sorprende de la diferencia entre ambos países. “Tengo amigos que tienen dos trabajos y no pueden llegar a fin de mes. Está todo muy complicado, no se puede creer la inflación ni la inestabilidad”, concluye.
Sol Beroiz (28) emigró en 2019 y hoy cría a su hija en Waiheke. Satisfecha, admite que para ella, la organización y las prioridades claras son las claves para que un país funcione correctamente. “Hay seguridad, estabilidad y no perdés tiempo en un trámite”, admite sobre un sistema que parece fluir a la perfección. Además, agradece vivir “sin pensar en el dinero como un problema”.
Aunque le pesa horrores estar lejos de la familia, sobre todo cuando ocurren hechos importantes, cuenta que existe una comunidad latina muy grande que la hace sentirse en casa. “Principalmente, me encuentro con muchos argentinos. Mucha gente con ganas de salir adelante proyectándose en este lado”.
Waiheke, copada por argentinos hasta en el fútbol
Vayas donde vayas, hay argentinos. Así advierten los entrevistados. “La diferencia que noto desde que estoy acá, es que antes la mayoría venía ‘a ver qué onda’ y si le gustaba, se quedaba. Ahora conocí mucha gente que ya viene con intenciones de quedarse definitivamente. Nuestro grupo de WhatsApp donde hay latinos, subió en solo un par de meses de 200 personas a casi 900”, cuenta Pamela.
En la isla hasta hay un club de fútbol «argentino»: el Waiheke United, que impulsaron en 2013 tres amigos de Olivos, consiguió siete ascensos en ocho años y en 2021 llegó a la primera división de Nueva Zelanda. Actualmente juega en la segunda categoría.
A la hora de buscar trabajo, los compatriotas apuntan que resulta fundamental contar con el apoyo de gente que ya esté instalada. “Cuando son de tu país, te ayudan. Se forma una comunidad muy copada”, cuenta Juana, que llegó en agosto. “No me costó encontrar empleo porque tenía una amiga y me ayudó a conseguirlo. Soy bartender y a los tres días de haber llegado, entré a trabajar en un viñedo”, cuenta muy contenta.
Pamela se mudó hace siete años y no piensa en volver a la Argentina. Milagros Lanfranconiy su pareja, Juan Cruz Gaitán, también obtuvieron trabajo rápidamente. “Al segundo día de haber llegado, tuvimos tres entrevistas para puestos full time”, relatan. Y al igual que el resto, no dejan de asombrarse del orden y la seguridad. “Nunca cerramos la puerta de nuestra casa ni existe la sensación de andar con miedo”, dice Milagros. “Vivir acá nos cambió la vida. Una vez que te acostumbrás a la comodidad y la seguridad que sentís, ya sería muy difícil volver atrás”, señalan.
Y Pamela coincide: “Cada vez que pienso en volver, pongo en la balanza todo lo que he construido, la tranquilidad, la libertad y el ritmo de vida que llevo: algo que no veo posible si volviera a la Argentina”. El desarraigo y extrañar a los afectos es algo transversal en los discursos de los que emigran. Pero aunque les pese, admiten haber conocido algo que sería difícil resignar.
AS