Lo mataron por gritar un gol de Boca: la última charla con su papá y una frase que quedó grabada en la piel

En mayo de 2016, Eduardo Cicchino recibió una puñalada en el corazón a la salida de un bar en San Telmo. Esta semana, la Corte ratificó la condena a 16 años de prisión para el asesino.

Mariano López Blasco

18 de agosto 2023, 22:30hs

A Eduardo Cicchino le faltaba poco para recibirse de ingeniero y era un músico talentoso. Tenía 26 años. (Foto: Facebook / Eduardo Cicchino)

A Eduardo Cicchino le faltaba poco para recibirse de ingeniero y era un músico talentoso. Tenía 26 años. (Foto: Facebook / Eduardo Cicchino)

“Ya está. Ahora solo quiero vivir en paz”, reacciona Marcelo ante el llamado de TN. Esta semana, con la confirmación de la condena al asesino, quedó formalmente cerrada la causa judicial por el crimen de su hijo, Eduardo Cicchino (26), quien en mayo de 2016 recibió una puñalada mortal en el corazón por gritar un gol de Boca en un bar de San Telmo.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación ratificó la pena de 16 años de prisión a Gustavo Aníbal Olivera (59), sentenciado originalmente por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 28, un año después del ataque al músico y estudiante de ingeniería.

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“Siempre pensamos que hubo alevosía y hubiese correspondido una prisión perpetua”, menciona el papá de la víctima. Olivera no registraba antecedentes penales, lo cual evitó una condena mayor según el criterio de los jueces Javier Anzoátegui, Luis María Rizzi y Carlos Rengel Mirat, que lo hallaron responsable de un “homicidio simple”.

“La forma en que clava el puñal, de arriba hacia abajo para atravesarle el corazón, es de alguien que sabía lo que hacía”, remarca Marcelo Cicchino. Aunque aclara que no tiene “nada malo para decir” sobre la actuación de la Justicia en el caso, lamenta que dentro de un año, cuando cumpla la mitad de la condena, el asesino podrá acceder a salidas transitorias.

“Lo único que quiero es estar en paz. Si bien estoy en un proceso de aceptación, sigo diciendo que tengo cuatro hijos (Eduardo era el mayor). Planeo jubilarme y tratar de hacer algunas cosas que a él le hubiesen gustado. Vivir en el Sur, por ejemplo”, contó.

Eduardo había estudiado en el conservatorio y tocaba el bajo en una banda de rock. (Foto: Facebook / Eduardo Cicchino)

Eduardo había estudiado en el conservatorio y tocaba el bajo en una banda de rock. (Foto: Facebook / Eduardo Cicchino)

“¡Bosteros de mierda, los voy a matar a todos!”: un grito de gol, una amenaza y una puñalada mortal

El 19 de mayo de 2016, Eduardo Cicchino salió de una clase de la Universidad Católica Argentina (UCA) y se reunió con dos amigos en el bar Seddon, en Chile y Defensa. Aunque no era un futbolero empedernido, lo seducía el plan de ver a Boca, su equipo, frente a Nacional de Uruguay por los cuartos de final de la Copa Libertadores.

Frente a la pantalla, Eduardo y sus amigos festejaron la clasificación, en la definición por penales, del equipo que entonces dirigía Guillermo Barros Schelotto. Sentado en otra mesa al fondo del local, Olivera se molestó y comenzó a insultarlos: “¡Bosteros de mierda, los voy a matar a todos!”.

Al finalizar el partido, Cicchino y sus amigos pagaron la cuenta y se fueron del bar. Olivera salió detrás de ellos e insistió con las provocaciones y las amenazas. Enseguida se acercó a los jóvenes y los empujó.

La última foto de Eduardo (derecha), minutos antes del ataque. Frente a la pantalla del bar junto a un amigo. (Foto: TN)

La última foto de Eduardo (derecha), minutos antes del ataque. Frente a la pantalla del bar junto a un amigo. (Foto: TN)

“¡Pará! ¡Ya nos fuimos!”, reaccionó Eduardo. En ese momento, el asesino sacó un cuchillo y se lo hundió en el pecho. “Mirá lo que me hiciste”, alcanzó a decir el joven antes de desplomarse en la vereda.

Los amigos de la víctima y los mozos del bar ayudaron a retener al atacante hasta la llegada de la Policía. A Olivera, que hasta el día del ataque vivía en Dock Sud y trabajaba para un despachante de aduana, le secuestraron una navaja con una hoja de nueve centímetros. No estaba alcoholizado ni drogado. Actualmente cumple la condena en el penal de Ezeiza.

“A las 10 de la noche, pocos minutos antes del ataque, estábamos hablando por WhatsApp. Habíamos empezado a planear un viaje al Sur”, recuerda Marcelo, y profundiza: “‘Vamos en junio. Fijate cómo vienen las cosas en la facultad y nos vamos 15 días, vos y yo’, le dije”.

La conversación se interrumpió ahí. Media hora después, Bautista, uno de los amigos de Eduardo, llamó al celular de Marcelo Cicchino.

Marcelo Cicchino (en el medio, con una foto de su hijo) en una de las marchas en reclamo de justicia. (Foto: Facebook / Marcelo Cicchino)

Marcelo Cicchino (en el medio, con una foto de su hijo) en una de las marchas en reclamo de justicia. (Foto: Facebook / Marcelo Cicchino)

“‘Lo apuñalaron y estamos yendo para el (hospital) Argerich’, me dijo. Yo vivó en Adrogué y mi primera reacción fue agarrar el auto y salir para allá -relata Marcelo-. En el camino, llamé a Bautista y pregunté dónde había sido la puñalada. Supuse que pudo haber sido en un brazo o en la pierna, qué se yo”, pensó.

La herida, sin embargo, era mucho más grave: “Cuando me dijo que había sido en el corazón, se me cayó el mundo”.

Eduardo Cicchino pasó dos semanas internado en terapia intensiva. En ese tiempo fue operado cuatro veces en el ventrículo izquierdo. Luego lo extubaron, recobró la conciencia y hasta pudo conversar con sus seres queridos, que abrazaron la esperanza de una recuperación. El cuadro, sin embargo, era muy delicado. El corazón de Eduardo no soportó más y dejó de latir el 2 de junio.

La frase grabada en la piel. Marcelo y un recuerdo de la última charla con su hijo. (Foto: Facebook / Marcelo Cicchino)

La frase grabada en la piel. Marcelo y un recuerdo de la última charla con su hijo. (Foto: Facebook / Marcelo Cicchino)

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“Se puso muy nervioso con el proceso de extubación, pero llegó a estar consciente. Una tarde nos avisaron que había despertado. Entró la mamá, luego mi esposa actual, la novia y yo”, evoca el papá del joven al que le faltaba un año para recibirse de ingeniero industrial, tocaba el bajo en una banda de rock y planeaba convivir con “Meme”, su pareja.

Sin saberlo, padre e hijo tuvieron una última charla ahí: “Me preguntó qué había pasado. ‘Quedate tranquilo: vamos a tener mucho tiempo para hablar’, le dije. ‘Te quiero, viejo’, me respondió -cuenta Marcelo con la voz quebrada-, y es la frase que llevo tatuada en el brazo. La mañana siguiente, a las 8, nos avisaron que había fallecido”.

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