Tras nueve meses, la gestión de Javier Milei enfrenta las primeras señales claras de cansancio en una porción del electorado que le dio el triunfo en el balotaje de noviembre último. Es lógico que en el oficialismo existan motivos de preocupación por la potencial pérdida de respaldos en el llamado “voto blando”, formado básicamente por quienes se acercaron a Milei en aquella segunda vuelta después de haber optado por otros candidatos presidenciales en la primera fase electoral. En un contexto de extremada debilidad parlamentaria de la fuerza gobernante, la principal fortaleza del actual jefe del Estado no es otra que el apoyo de la opinión pública.
Con el acto que anoche encabezó el presidente de la Nación en Parque Lezama para anunciar el lanzamiento de su partido en el orden nacional, se buscó revalidar el contrato social con el electorado, recordándole que los enemigos comunes continúan siendo los representantes de una casta política que, según el relato mileísta, “hicieron en los últimos meses lo imposible para boicotear al Gobierno y negarle las herramientas necesarias para resolver el desastre que ellos mismos nos dejaron”.
Las coincidencias históricas son llamativas. También nueve meses después de llegar a la Casa Rosada, un 6 de abril de 1990, Carlos Menem tuvo su Plaza del Sí. Pocos días antes, la combativa CGT liderada por Saúl Ubaldini había efectuado una movilización en repudio a la orientación económica de un gobierno que pretendía avanzar con la reforma del Estado y su ambicioso plan de privatizaciones. De inmediato, desde sectores independientes no emparentados con el peronismo, encabezados por el periodista Bernardo Neustadt, se convocó a otra movilización en apoyo del gobierno menemista en la histórica Plaza de Mayo. “La gente convoca a la gente” y “Los que queremos el cambio” fueron las principales consignas de una solicitada firmada, entre otros, por Mauricio Macri, Juan Manuel Fangio y Pinky, para decirle Sí al gobierno liderado por aquel caudillo riojano que, hasta antes de su triunfo electoral, espantaba a la clase media alta, pero que pronto se las ingenió para ser visto como un líder “rubio y de ojos celestes”, según la propia definición de Neustadt.
En aquella multitudinaria movilización de apoyo a Menem, se advirtieron pancartas caseras con consignas como “Señor Presidente, privatice todo”, “Basta de paros” y “Achicar al Estado es agrandar la Nación”. Mensajes no muy diferentes de los que, más de 34 años después, se apreciaron anoche en Parque Lezama.
En el entorno de Milei impera la convicción de que, así como el éxito de Menem para mantenerse en el poder diez años derivó de la estabilidad económica que hizo olvidar el estallido hiperinflacionario de 1989, la suerte del actual mandatario dependerá de que venza la inflación. Pero ocurre que, a medida que la Argentina va dejando atrás la inflación, en un contexto de revolución de las aspiraciones crecientes, ese proceso ya no rinde tanto en términos de la opinión pública, donde comienza a surgir otra agenda de preocupaciones dadas por los efectos de la recesión económica, los aumentos tarifarios y el desempleo. Alejandro Catterberg destacó que de los estudios de Poliarquía se desprende que hoy el 50% de la población reconoce que el impacto de las mayores tarifas de servicios públicos golpea su economía personal, cuando dos meses atrás esa proporción alcanzaba al 35%.
Los rugidos del león se oirán en la arena pública, aunque en los pasillos del poder prevalecerá el oído de la zorra para escuchar a la casta
La desocupación saltó en un año del 6,2% al 7,6%, al tiempo que la subocupación pasó del 10,6% al 11,8%. No se trata de un crecimiento tan significativo, pero el temor a perder el trabajo comienza a instalarse progresivamente en vastos sectores.
A esas inquietudes sociales se suma la extensión del malhumor por el veto a la ley de movilidad jubilatoria. A estas alturas, no pocos observadores políticos se preguntan si la victoria política que para el Gobierno representó la imposibilidad de los diputados opositores de rechazar aquel veto no se convirtió en pírrica.
La semana que pasó también estuvo signada por la difusión del índice de pobreza del Indec, que creció del 41,7% a fines de diciembre al 52,9% hacia el final del primer semestre de este año, el más alto en los últimos veinte años. El kirchnerismo intenta demostrar, sin consistentes argumentos, que tal incremento es consecuencia de la insensibilidad del gobierno de Milei. Desde la Casa Rosada, en cambio, se enfatiza que esos tremendos números responden al desastre económico y monetario de la gestión de Alberto Fernández y Sergio Massa, cuyo “plan platita” habría derivado en una emisión de pesos equivalente a 13 puntos del PBI en el período electoral, provocando una inflación anual del 211% en 2023. El Gobierno insiste en que la mejor forma de enfrentar el flagelo de la pobreza es combatiendo la inflación. Y enfatiza que si la inflación heredada del kirchnerismo se hubiese mantenido en niveles similares al 25% mensual de diciembre, la pobreza podría alcanzar hoy a 9 de cada 10 argentinos.
Las comparaciones con la gestión de Menem vuelven a aflorar en la Casa Rosada al referirse a las perspectivas que ofrece el presente. El gobierno menemista tardó seis años en bajar la pobreza desde un nivel del 47% en octubre de 1989 al 22% en 1995. “Un edificio se destruye en un segundo y solo se reconstruye en varios años”, afirmó el vocero presidencial, Manuel Adorni.
Hay algunos datos que alientan algo de optimismo. El hecho de que el índice de precios mayoristas de agosto haya descendido al 2,1% contra el 4,2% del índice de precios al consumidor genera expectativas favorables para los próximos meses. Asimismo, la actividad económica mostró en julio un crecimiento mensual del 1,7%, lo cual puede ser interpretado como que la economía tocó su piso en el segundo trimestre del año. Otro dato destacable es el fuerte aumento de las escrituras de inmuebles en la Capital Federal, que constituyeron un récord en los últimos 75 meses, en buena medida merced al blanqueo de capitales en marcha.
De cualquier modo, las dificultades del oficialismo para mostrar una economía en recuperación y las consecuentes caída de las expectativas y de la imagen gubernamental encuentran su contrapeso en que ningún representante de la oposición cosecha los apoyos que Milei estaría perdiendo. Hasta ahora el Presidente se siente cómodo confrontando con sectores cuya imagen en la opinión pública se halla deteriorada y está indefectiblemente asociada a las frustraciones del pasado, como el sindicalismo y los movimientos piqueteros.
Esta situación puede explicar el eco favorable a la privatización de Aerolíneas Argentinas en buena parte de la sociedad en los últimos días, según distintas encuestas, y que ha incentivado al Gobierno a anunciar que impulsará su privatización. Algunos números de la línea aérea de bandera pueden explicar el hartazgo de la sociedad con la financiación de privilegios con el dinero de todos: en nuestra región, Aerolíneas Argentinas, además de registrar pérdidas por unos 6500 millones de dólares desde 2008 hasta la actualidad, tiene 142 empleados por avión, contra 114 de Latam, 102 de Gol y 69 de Copa Airlines; a su vez, el precio de los pasajes aéreos internacionales en dólares por milla duplica en la Argentina a los de Chile y Brasil. Milei está ganando una de sus primeras batallas culturales, en buena medida merced a la prepotencia de los gremios aeronáuticos.
No obstante, el Presidente sabe cuáles son sus límites en esta pelea. Un ejemplo es lo sucedido el martes último en la Cámara de Diputados, cuando un inesperado acuerdo entre La Libertad Avanza y el kirchnerismo impidió que un proyecto de reforma sindical, tendiente a limitar las reelecciones de los líderes gremiales y a eliminar las cuotas sindicales que se les cobran compulsivamente a los afiliados, obtuviera dictamen de comisión. Si bien esa iniciativa era apoyada por diputados del radicalismo, de Pro y de la Coalición Cívica, además de los libertarios, un llamado de la Casa Rosada, tras contactos entre el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y dirigentes de la CGT, frenó el avance del proyecto. Un documento posterior del bloque radical reclamó que el Gobierno “sea coherente con su discurso”. Se trató de un insólito episodio en el cual la UCR apareció corriendo por derecha al oficialismo, desde donde se intentó explicar que podía tratarse de una batalla innecesaria contra el sindicalismo por cuanto difícilmente iba a pasar el filtro del Senado.
En cambio, el Gobierno reglamentó finalmente el capítulo laboral de la Ley Bases, donde mantuvo la idea de que, en adelante, cualquier bloqueo de empresas sea considerado causa de despido de los trabajadores involucrados, desistiendo de los cambios que solicitó la conducción de la CGT.
El Gobierno estaría optando por dosificar sus ataques. El círculo áulico del Presidente sabe que la calle no es un terreno fácil. En especial cuando el miércoles próximo enfrentará una nueva marcha en defensa de las universidades públicas que contará como protagonista a un segmento joven de la población que representa la principal base de apoyo electoral a Milei. Un día después, el Gobierno vetaría totalmente la ley de financiamiento universitario. En la Casa Rosada, se debaten sus fundamentos. Libertarios de paladar negro creen necesario mencionar la ineficiencia con que se manejan las universidades públicas y su baja tasa de egresados; otros funcionarios, más cautelosos, creen que, para vetar la norma, bastaría con remitirse al incumplimiento de la ley de administración financiera, que exige que todo gasto no previsto debe especificar las fuentes de los recursos, una idea que parecía ganar terreno en las últimas horas.
Lo cierto es que el Presidente transita una etapa en la que deberá elegir muy bien sus enemigos y las batallas que librará. Por algo prevaleció la prudencia antes las críticas del papa Francisco. Mientras procura consolidar un apoyo mayoritario que solo podrá evidenciarse en las elecciones de 2025, Milei deberá obrar como león para espantar a los lobos, pero también con la astucia de la zorra. Los rugidos del león se seguirán oyendo en la arena pública, aunque en los pasillos del poder prevalecerá el oído de la zorra para escuchar a la casta.